Galicia: minifundio festivo en el Día de Santiago

OPINIÓN

25 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Se puede tener una fiesta nacional -como Francia y su «14 de julio»- o no tenerla. Lo moderno es no tenerla, ya que todas las fiestas nacionales que tuvieron éxito arrojan un tufo chauvinista e identitario que casa muy mal con la cultura actual y con la democracia global a la que aspiramos. Y tampoco son aconsejables estas fiestas porque los himnos que las solemnizan siempre identifican los valores de la nación con las espadas que la defienden, la sangre enemiga derramada, y los héroes a medida que las patrias se fabrican.

Pero, al margen de estas dudas preventivas, tengo por algo evidente que, en el supuesto de celebrar una fiesta nacional, tiene que servir para unir, para generar identidad y solidaridad, y para que 1/365 parte de nuestra vida la pasemos compartiendo una visión agradable y generosa de la tierra que ocupamos.

Por eso me extraña tanto la deriva que ha tomado la fiesta nacional de Galicia -Día da Patria Galega o Fiesta del Apóstol Santiago-, en la que exhibimos sin recato nuestro minifundismo político, y en la que nuestros partidos, incapaces de apostar por una celebración institucional y conjunta, se dispersan por villas y cementerios para resaltar sus diferencias, para expropiarle a los demás las esencias de la patria y la cultura, y para resucitar los grandes muertos de nuestra historia y convertirlos en afiliados potenciales de sus estúpidas batallas.

Debido a este minifundismo, el Día da Patria Galega ha pasado a ser propiedad de los minoritarios, que, organizados en taifas innumerables y liderazgos de quita y pon, aprovechan este día, y el altavoz monumental de Compostela, para identificar al país con sus utopías, para dar la sensación de que todos estamos ansiosos de una quimera independentista y republicana, y para presentar nuestro futuro a través de los espejos retrovisores de este tiempo acelerado. Por el de la derecha vemos y añoramos los tiempos difusos, en los que cada devanceiro escribía sus proyectos y su historia en pompas de jabón.

Y por la derecha vemos con envidia insana y acomplejada las derivas de otros -vascos y catalanes antes, y valencianos de Compromís ahora- que ya están haciendo las cabriolas políticas que aquí carecen de público y ambiente, y que allí carecen, gracias a Dios, de sentido y de futuro. Y esa debe ser la razón por la que los gallegos, en vez de tener una fiesta nacional unitaria y proyectiva, festejamos el minifundio y la nostalgia que nos tienen amarrados a los mitos del pasado.

Por eso yo, que huyo de quimeras, celebro en familia la fiesta del Apóstol Santiago, que, a pesar de ser palestino, y predicar la fe de Cristo antes de que se inventase el gallego, es el único que me explica quién soy, dónde vivo, y cómo se construyó mi mundo. Ese planeta atormentado que le da solar y sentido a esta mi patria querida.