Sánchez y Rivera en «Las bodas de Fígaro»

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

27 jul 2016 . Actualizado a las 08:32 h.

«Fingir ignorar lo que se sabe y que se sabe aquello que se ignora; fingir entender lo que no se entiende, no oír lo que se escucha, y poder más de lo que está en las propias fuerzas; mantener como secreto la falta de secretos; parecer profundo cuando solo hay vacuidad e inanidad; representar mejor o peor el papel de un personaje; sembrar espías y poner traidores a sueldo; esforzarse en ennoblecer la pobreza de los medios con la importancia de los fines: he ahí la política».

La larga cita, que pone los pelos como escarpias, corresponde a Las bodas de Fígaro, del dramaturgo francés Beaumarchais (1732-1799), cuya nefasta consideración de la política lo era en realidad de la del absolutismo en la Francia dieciochesca. Aunque los dos siglos largos transcurridos desde entonces han mejorado mucho el aprecio social hacia una actividad que experimentó después de las revoluciones liberales, primero, y tras la democratización, después, un giro de 180 grados, hay momentos en la historia de un país en que la política vuelve a hundirse en el descrédito hasta extremos que ponen en riesgo las bases mismas que sostienen el sistema, pues, como ya hace años apuntó el gran politólogo Macpherson, lo que piensa la gente sobre un régimen político forma parte de él.

España atraviesa hoy una de esas terribles coyunturas como consecuencia de la absoluta irresponsabilidad de quienes fueron derrotados en los comicios de diciembre y de nuevo en junio con mayor intensidad (el PSOE y C’s), empeñados ambos en una estrategia cuyo único objetivo es culparse mutuamente de la investidura de Rajoy aunque ello sea al precio de acabar por bloquearla, lo que nos conduciría sin más a unas terceras elecciones.

Rivera, perdiendo la chaveta, pide al rey que presione al PSOE para que se abstenga, sin saber que ello haría saltar por los aires la imparcialidad del jefe del Estado y consciente de que para desbloquear la situación bastaría con que C’s votase a favor de la candidatura de Rajoy. Sánchez, por su parte, exige al presidente en funciones que sume a la investidura a los independentistas catalanes, los mismos con los que él se negó en redondo a negociar hace unos meses.

En tan tramposa situación, donde, en efecto, la pobreza de los medios pretende ennoblecerse con la supuesta importancia de los fines, Rajoy no debe jamás prestarse a un juego sucio que se plantea como venganza y desprecia por completo los intereses generales. Por eso, pese a haber ganado los comicios por segunda vez, y ahora con más autoridad que la primera, si no tiene asegurado el voto afirmativo de C’s o la abstención socialista, ni el rey debe realizar de momento una propuesta de investidura ni Rajoy aceptarla en el caso de que el jefe del Estado optara, pese a todo, por hacerla.

Así, de no cambiar la situación, y dado que Sánchez será incapaz de formar Gobierno, no quedaría más salida que volver a las urnas: los electores deberíamos entonces decidir si merecen nuestro voto dos partidos cuya actual política consiste en impedir gobernar a quien ha recibido del pueblo tal encargo.