Sánchez y Rivera morirán matando

OPINIÓN

28 jul 2016 . Actualizado a las 07:34 h.

En el tórrido magín de estos personajes -Sánchez y Rivera- era imposible que Rajoy, con un partido gastado por la crisis y la corrupción, y acosado por una utopía política llena de juventud, tuits, cambios e infinitas jaujas, les ganase las elecciones. Por eso interpretaron los resultados de diciembre como un despiste masivo de los indignados que estaban llamados a asaltar el Palacio de Invierno, y por eso se quedaron paralizados y con la risa tonta en los labios -¡literalmente!-, después de la tunda antológica que les dio el mismo sujeto en junio.

Así se explica que no le puedan perdonar. Y que, para dar rienda suelta a su venganza, sigan soñando cuatro temibles escenarios. El primero, que Rajoy no pueda ser investido y haya nuevas elecciones. El segundo, que el PP se ponga nervioso y sacrifique a Rajoy para meter en la Moncloa a un quídam débil e inexperto que, mermado en su legitimidad, no aguantaría tres telediarios. El tercero, que Rajoy sea investido con solo 137 votos, y con la abstención mancomunada de los que quieren darle la puntilla en una legislatura raquítica sin dar la cara ni quemarse las cejas. Y el cuarto, que un fracaso de Rajoy en su primera investidura ofrezca una nueva oportunidad para un aquelarre de izquierdas, derechas, nacionalistas, independentistas, comunistas, populistas, mareas y colaus, que, bajo la presidencia de Sánchez y sus 85 diputados, pueda hacernos regresar al 2010.

El problema para el PP es la cuarta hipótesis, porque creen que solo será posible si Rajoy fracasa previamente. Y por eso le aconsejan que se inhiba, que no ponga en marcha el reloj de la tercera convocatoria, y que contribuya a incrementar este vacío caótico que estamos padeciendo. Pero en el PP olvidan tres obviedades. Que si pueden investir a Sánchez, aunque sea una chuminada, lo harán. Que, si no pueden evitar la investidura de Rajoy, solo tragarán el sapo para destruirlo. Y que en la España de hoy ya no queda ninguna lealtad ni al sistema, ni a las costumbres ni al sentido común, y que nadie ahorrará males y desgracias para chamuscar a Rajoy.

Por eso, si Rajoy me hiciese caso, iría sin vacilar a una investidura inmediata, dejando claro que su sacrificio no tiene más sentido que acortar este vergonzoso impás. Porque a partir de ahí el PP no tendría nada que ver con esta merienda de irresponsables, no tendría que aceptar una investidura sin compromisos de gobernabilidad, no le daría tiempo infinito a Sánchez para repetir su hombrada, y quedaría con una peana inmejorable para una tercera convocatoria. En contra solo tendría la remota posibilidad de ser arrumbado por una macedonia de partidos mal casados. Y para ese momento siempre nos queda la paráfrasis de Méndez Núñez: «Vale más oposición con honra que Gobierno sin ella». Y que Dios -¡con perdón!- reparta suerte.