Nuestra imagen turística se resiente

Andrés Precedo Ledo CRÓNICAS DEL TERRITORIO

OPINIÓN

26 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Todavía pesamos poco en el mapa turístico español, pues mientras en total se registraron casi 43 millones de pernoctaciones en julio, aquí nos quedamos en 1,2 millones, pero para nosotros es una buena cifra y nuestras ciudades rebosan visitantes, dándose el caso de que nuevos aportes, como los visitantes en cruceros, superan ya el número de peregrinos. Un balance que superará las mejores expectativas, pero que también está anticipando algunos problemas importantes que requieren una mejoría en la gestión de nuestros espacios turísticos más visitados, para evitar que en el futuro la masificación conlleve a una pérdida de calidad y, como consecuencia, de atractivo y sostenibilidad.

Algunas situaciones ya empiezan a atisbarse y otras son tan evidentes que reclaman atención. Pondré algunos ejemplos. Nuestro producto internacional por antonomasia, el Camino, ya hace tiempo que da muestras de saturación estival y que llevó a que los verdaderos peregrinos y los flujos más selectivos programen su andadura para las estaciones menos masificadas, como la primavera y el otoño, lo cual en sí mismo es muy positivo, por cuanto rompe con la estacionalidad, pero puede dañar la imagen del Camino para quienes se deciden a caminar en verano. Asimismo, el auge de otros caminos secundarios constituye la mejor respuesta a este problema. Pero la atención, la señalización y la calidad de los entornos de esos otros caminos demanda una atención perentoria para evitar que ofrezcan una imagen peor de la que todos desearíamos. Peor es la impresión de quienes se acerquen a otros lugares emblemáticos, por su belleza y por su proyección mediática, como el cabo Fisterra, la playa de As Catedrais o el banco de Loiba, que con las islas Cíes, la torre de Hércules y San Andrés de Teixido figuran en el top ten turístico gallego. El visitante experimentará una cierta desazón ante el inadecuado acondicionamiento de sus respectivos entornos.

El caso del faro del fin de mundo es posiblemente el más necesitado de un nuevo modelo de gestión, ya que en la mayor parte de los días de este caluroso estío los coches se amontonan por todas partes, produciendo un daño evidente a la calidad paisajística del entorno y expulsando de la visita a la gente mayor o con dificultades. También en Loiba y en la playa de As Catedrais las leiras suplen la falta de aparcamiento, y en las proximidades, cuando llueve, la tierra forma un extenso fangal. Por no hablar de la inexistencia o de la insuficiencia de los servicios complementarios.

Los centros de nuestras ciudades y pueblos están, en gran parte, sucios, descuidados, y los espacios verdes afeados por la desidia. El caso coruñés es lamentable. También la mendicidad descontrolada resulta a veces contraproducente, y qué decir del lamentable espectáculo de los sin techo en el entorno del Toural compostelano, que ya ha merecido la atención de medios nacionales, mostrando una imagen poco atractiva de nuestro reclamo turístico oficial.

No son actuaciones que requieran grandes inversiones, pero su carencia esta ya afectando negativamente a la imagen de nuestro turismo. Ya hemos constatado cómo la masificación afectó negativamente a nuestros principales destinos, como fue el caso de Sanxenxo o A Toxa, y no se libra el casco viejo compostelano, nuestra mejor carta de presentación en el mercado internacional. De seguir por este camino, el objetivo de la calidad puede convertirse en una entelequia, y el de la excelencia, en un sueño inalcanzable. El objetivo de la política turística gallega no debe ser la cantidad sino la calidad, porque solo así tendremos una oferta sostenible y, por eso, perdurable. No vaya a ser que muramos de éxito antes de alcanzar la cima del triunfo.