Sánchez tiene su trofeo. ¿Entramos ya en razón?

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

01 sep 2016 . Actualizado a las 09:07 h.

Para constatar la inconsistencia de los argumentos esgrimidos ayer por quienes llevan un año retrasando la formación del único Gobierno posible, bastaba escuchar una de sus principales críticas al discurso de investidura de Mariano Rajoy: que fue aburrido. Al parecer, Pedro Sánchez y los representantes de esa cosa ridícula llamada nueva política, que va a renovar lo que hemos tenido en el mundo occidental desde los tiempos de Pericles, esperaban que, en lugar de exponer con frialdad y sin florituras la gravedad del momento, el líder del PP les leyera desde la tribuna del Congreso una entretenida novela que sirviera para olvidar las penas y levantar el espíritu del personal. Sucede, sin embargo, que no estamos para juegos florales y que, en contra de lo que algunos nos quieren hacer creer, el tiempo apremia y si no nos gobernamos pronto nosotros mismos, otros nos gobernarán a nuestro pesar. Criticar a Rajoy por ser previsible, como hicieron algunos insignes representantes socialistas y hasta esos extraños socios que juzgan incapacitado al líder del PP pero votan a favor de su investidura, es reconocer la pertenencia a ese parvulario democrático que tanto bien y prosperidad iba a traer al país y que, sin embargo, amenaza con hacernos añorar los tiempos en los que uno se podía tragar entera una sesión de investidura porque, al margen de sus aviesas intenciones, personajes como Felipe González, Alfonso Guerra, Adolfo Suárez y hasta Fernando Abril Martorell dignificaban el debate con el fondo y la forma de sus intervenciones. Se entendía entonces, al contrario de lo que le sucede hoy a Sánchez y también a Rivera, que el futuro de España estaba por encima del interés personal y de las legítimas discrepancias políticas.

Rajoy fue, en efecto, previsible. Pero Sánchez confirmó, a quien tuviera dudas, que no tiene absolutamente nada que aportar a la política española, más allá de su empecinado no a cualquier Gobierno que no encabece él con su menguante grupo parlamentario. Y por ello, los muchos socialistas que saben de su total incompetencia y a pesar de ello apretaron ayer el botón del no aunque nadie les ofreciera una alternativa positiva, son también responsables de que España siga varada. Una frase de Perogrullo pronunciada ayer por Rajoy ilustra la situación mejor que cien discursos: «Si yo soy tan malo, ¿cuánto de malo es usted? ¿Pésimo?». En efecto, así están las cosas. Lo menos malo es ahora mismo lo mejor.

España, guste, disguste o deje frío, no tiene más salida racional que un Gobierno del PP en minoría. Y cuanto antes lo asuman todos, mejor para España. Si lo que el PSOE necesitaba para entrar en razón era ver a Rajoy perdiendo una votación de investidura, ya tiene lo que quería. Incluso mañana verá otra, por si no le bastaba. Enhorabuena. Las dos orejas y el rabo. A partir de ahora, y conseguido el trofeo, ¿podríamos empezar a pensar de verdad en el futuro del país, formar un Gobierno, ejercer la oposición y dejarnos de tonterías?