El equilibrio permanente

OPINIÓN

28 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Si uno quiere realizarse en la vida, ser feliz, en cualquier sentido en el que se entienda dicho concepto, pero al menos de manera real y cordial, más vale tener la osadía de afrontar la necesidad tal como se presenta ante uno. En lugar de rehuir las dificultades, interesa percibir la condición humana tal como es, sin florituras ni evasivas. ¿Frágil felicidad? Sin duda. Pero lo contrario es una insensatez, conduce a la frustración y a la impotencia.

La humanización del mundo requiere el elogio de lo cotidiano. Y de la virtud, al menos prudencia y templanza. La vida buena es la vida reconciliada con lo que es, la que distingue entre aquello que está en nuestras manos cambiar y mejorar y aquellas otras cosas que no dependen de nosotros.

Leemos todavía a Platón, Aristóteles, Shakespeare o Cervantes porque son autores singulares, arraigados en su época y, sin embargo, destinados a dirigirse a todos los hombres de todas las épocas por la universalidad de su mensaje.

Dicho lo cual, es natural que al analizar -y en mi caso festejar- la rotunda victoria de Alberto Núñez Feijoo pongamos sobre la mesa otro nombre, el de José Manuel Romay Beccaría. Por eso, entenderán que en la noche electoral estuviese releyendo el libro que, con el título que encabeza estas líneas, Romay publicó el año pasado, en el que queda claro que la política española tiene en él a una de sus figuras más completas; un político con dos almas, la de hombre de acción y la de hombre de ideas, un político amante de los libros, una buena persona.