Por qué no temo a los que boicotearon a González

OPINIÓN

22 oct 2016 . Actualizado a las 10:29 h.

El orden -esa virtud por la que un país, empresa o familia resultan ordenados- no es un hecho concreto y singular, sino un conjunto estable de normas, hábitos y actitudes que construyen un espacio público agradable. El orden es, en consecuencia, indivisible. Cuando hay orden, lo hay para todo; y cuando no lo hay, florece el caos. Por eso cabe decir que, aunque el orden no es tan esencial como la justicia, la igualdad o la paz, es conditio sine qua non para su existencia.

Sobre esta definición asiento mi convicción de que, si el boicot planteado por los estudiantes de la Autónoma de Madrid a Cebrián y González fuese un hecho aislado, sería irrelevante. Y si forma parte de un desorden institucional, social y político, como intuyo, es evidente que los responsables no son los alumnos de la UAM, y que es ridículo ver a las autoridades tratando este tumulto como asunto de Estado, y a los medios de comunicación editorializando como monjitas escandalizadas sobre la muerte súbita de la libertad de expresión. Los políticos, científicos, banqueros y escritores que caminamos por la acera con la misma imagen fondona y aburguesada de González, fuimos un día -gracias a Dios- estudiantes revoltosos y utópicos. Y el hecho de arremeter ahora contra una algarada estudiantil, lejos de llenarnos de razón, nos evidencia como viejos caducos y sin liderazgo social.

El desorden, en la España de hoy, es epidemia. Pero no por los jóvenes, sino por los maduros que perdieron la brújula. Y entre los que favorecen esta situación figuran los parlamentos insumisos; los independentistas impunes; los expertos que avalan una cosa y la contraria; el Tribunal Constitucional que es y se toma por el pito del sereno; los jueces que cargan contra lo banal mientras se niegan a preservar la unidad funcional del Estado; los que bloquean el Gobierno por intereses personales o de partido; los que dan prevalencia a los okupas sobre los inquilinos; los que conculcan la propiedad al servicio del populismo; los que organizan sus fobias y filias sobre dogmas animalistas, laicistas y libertarios que destruyen tradiciones e identidades; los que masacran los símbolos y protocolos de la nación; y los que dicen que, aunque España no existe, existirán las astillas que hagamos con ella. También crean desorden los que, en nombre de la democracia, manipulan el Estado a su antojo; los que pretextando la libertad de expresión, falsean la información para dar espectáculo; y los que creen que los policías son alimañas que se alimentan de desahuciados e inmigrantes.

El desorden se multiplica sibilina e impunemente. Y fijar la vista en unos estudiantes que se niegan a escuchar a conferenciantes forrados, fondones y más vistos que el TBO es como apagar las velas del palio de la Macarena -¡no demos ideas!- para frenar el cambio climático.