Podemos quiere «su» Constitución, no una de todos

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

07 dic 2016 . Actualizado a las 08:13 h.

Los principales dirigentes de Podemos, los peleados Iglesias y Errejón, no asistieron ayer al acto de celebración de la Constitución en el Congreso del que son diputados, aunque, más allá de la genérica afirmación de que aspiran a reformarla -algo compatible al cien por cien con celebrarla-, no indicaron el porqué de su espantada.

¿Qué le disgusta a Podemos de la Constitución? ¿Quizá que contiene la más completa declaración de derechos y libertades y el más sólido sistema para su protección conocido en nuestra historia? ¿Quizá que es la primera que sujeta con claridad el Ejército al Gobierno? ¿O que es también la primera donde la separación de la Iglesia y el Estado es compatible con el respeto a las creencias religiosas de los ciudadanos? Como Iglesias vive instalado en un mitin permanente, género poco compatible con el razonamiento, no sabemos si su rechazo a la ley fundamental procede de que regula un poder judicial independiente, asegura la libertad de prensa, proclama el principio de progresividad fiscal, restringe la jurisdicción militar al ámbito castrense, fija instrumentos de control efectivo del Gobierno por las Cortes, instituye un Tribunal Constitucional que dificulta que se pueda vulnerar la Carta Magna o sienta las bases de una descentralización que ha generado un verdadero sistema federal (aunque en el PSOE aún no se hayan enterado).

Podría ser, en todo caso, que Podemos se declare incompatible con la Constitución hasta el punto de no poder celebrar la que lleva rigiendo la vida española durante cuatro décadas en paz y en libertad, porque rechace el régimen político que de ella ha nacido, el más estable, representativo, inclusivo y solidario que jamás hemos tenido. Un régimen, el del 78, cuya calidad democrática, sin duda mejorable, es superior a la de cualquiera de los nuestros desde 1812 y, entre ellos, por supuesto, al de la II República por la que Iglesias siente devoción, régimen ese que en ninguna esfera resiste la más mínima comparación con el presente.

¿Y si no fuera nada de eso? Es muy posible. Porque quizá Iglesias, un político sectario donde los haya, que esconde bajo ese pátina de hombre iluminado e ilustrado a un oportunista y un ignorante de primera, a lo que aspira de verdad es a una Constitución redactada a imagen y semejanza de Podemos, despreciando el hecho de que toda nuestra historia ha estado marcada por textos constitucionales de partido (los de 1812, 1837, 1845, 1869, 1876 y 1931) y desconociendo la verdad, no menos importante, de que una Constitución digna de tal nombre ha de serlo de la inmensa mayoría. Ahí residió el rotundo éxito de la Constitución de 1978 que, al margen de las reformas que pueda hoy necesitar, ha sido la primera de naturaleza democrática vigente en España cuatro décadas, la mejor que hemos tenido, admirada en toda Europa. Pero a Iglesias y a Podemos, como tantas otras cosas buenas, todo eso les da igual. Ellos a lo suyo.