Atentado en Jerusalén

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

10 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Nunca sabremos si cuando el joven soldado Elor Azaria disparó en la cabeza al palestino Abdel Fatah al Sharif, quien yacía herido en el suelo, lo hizo impulsado por un ataque de rabia, por shock postraumático o mecánicamente como resultado de su entrenamiento militar. El palestino había atacado antes a algunos compañeros consiguiendo herir a uno de ellos pero ya no suponía ningún peligro, por lo que no se puede confundir su homicidio con la legítima defensa, aunque muchos compatriotas sientan que actuó de manera correcta. Por ello, la sentencia judicial que lo acaba de condenar ha sido tan cuestionada. Sin embargo, viene a demostrar que, cuando se pone en marcha, el Estado de derecho funciona. Los palestinos argumentarán que funciona poco y mal, y que si lo ha hecho bien en este caso es porque ha estado bajo un intenso escrutinio público. En todo enfrentamiento nunca hay una sola verdad, menos cuando dura tanto tiempo y se ha cobrado tanta sangre. Puede además que, dada la atípica situación de Israel, la permanente alerta en la que vive, este caso parezca una gota en un mar de incomprensión y guerra, pero siempre será una gota de esperanza.

Aunque la esperanza pueda evaporarse con actos como el último atentado en Jerusalén. Cuatro muertos, quince heridos, siete de ellos graves tras haber sido arrollados por un camión conducido por un palestino. Un modus operandi frecuente en Israel y que, con lo acontecido en Berlín y Marsella, parece que se está volviendo muy popular. Solo es necesario apoderarse de un camión o autobús y pisar el acelerador para causar la muerte. ¿Ojo por ojo o desesperación ante el enquistamiento de un conflicto sin visos de solución?