Pensé que no lo vería

Venancio Salcines
Venancio Salcines SALTANDO LA VALLA

OPINIÓN

18 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Pensé que no lo vería. La crisis financiera nos lega un pequeño ejército de trescientos imputados, todos ellos vinculados a las cajas de ahorro, esa banca pública que pasó de ser un gran invento, la cuña que revienta el oligopolio bancario de los ochenta, a un mero refugio de ventajistas, buena parte con nula formación financiera.

Inventamos las cajas para dinamitar un sistema financiero en donde los tipos de interés se fijaban en una reunión de presidentes de los siete grandes de la época, generalmente a celebrar en la sede madrileña del Hispano. Con un puro y una buena copa de coñac se marcaban las reglas de juego de nuestro mercado de crédito. Ese era el tardofranquismo. Esas eran nuestras libertades.

De los trescientos, cinco ya están en la cárcel, y son de los nuestros, todos directivos de la escuela de Caixavigo. Sin antecedentes, con una vida intachable, en la cárcel. Es así. Si la crisis hubiera reventado en el 2015 y no en el 2008, hoy veríamos asilos de ancianos y colegios de secundaria con el nombre de Julio Fernández Gayoso, y José Luis Pego estaría dando clases en las mejores escuelas de negocios de España ¿Qué pasó? La tormenta. Les arrolló. Antes mantenían un diálogo aceptable con la sociedad. Invertían con cierto consenso la obra social. Cumplían, a ojos del gran público, con lo que se esperaba de ellos. La primera adversidad les mutó, convirtiéndoles en figuras histéricas, sumamente egoístas, cargadas de pánico y obsesionadas por el «qué hay de lo mío».

Podían haber sido honestos y entregar las entidades ante la primera crisis, la de la solvencia bancaria. Pero no. Nos contaron una milonga y se pusieron a capitalizar a marchas forzadas sus palacios de cristal con acciones preferentes perpetuas. No tuvieron ni la valentía de explicarle a sus pequeños ahorradores el nombre completo del producto que vendían. Silenciaron el primero y el último, acciones perpetuas. Pero por esto nadie sentirá las esposas en sus muñecas. La dificultad de la causa supera a nuestra Justicia y a nuestro Código Penal, más preocupado por los delitos de sangre y violencia física que por los económicos.

Al final, lo que les priva de la libertad es obrar sin transparencia y a espaldas del consejo. A usted le parecerá grave, pero ellos posiblemente hoy aún no se lo crean, porque lo han hecho mil veces. Los de aquí y todos los demás. Era público y nadie levantó la voz para denunciarlo. Ninguno de los mil intelectuales a sueldo. Ni siquiera el Banco de España. Las cajas eran tecnocracias perversas y los consejos, si caían en determinadas manos, se transformaban en puros paripés, eso sí, bien adornados con algún político o profesional ansioso de recibir lisonjas. No era un tema de color ideológico, simplemente de elegir bien a la persona, al ganable. A partir de ahí, y con el control de asesoría jurídica, el mundo era de ellos. Poder sin control. Poder absoluto.