Diavolus in urna

Antón de Santiago LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

20 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Para no existir -¿o existe?-, el diablo ha dado mucho juego en la literatura, desde Milton y Goethe, y no digamos en la música: El trino del diablo, de Giuseppe Tartini, el pacto diabólico de Nicolò Paganini, hasta llegar a los Rolling Stones del Simpathy for the Devil, pasando por los Mefistófeles más manifiestos y altaneros.

Hubo un tiempo en que la discordancia o disonancia de dos notas determinadas sonando al mismo tiempo (fa-si, por qué no decirlo) se le llamó Diavolus in musica. Así tenían de fino el oído nuestros antepasados.

Casi todo el mundo le echa la culpa al diablo de sus males, padecimientos y aun placeres pecaminosos. La pobre doña Inés, al sentir sensaciones insólitas en la famosa escena del sofá, responsabiliza a Satanás, antes que echarle la culpa a don Juan, cabal causante de la turbación: «Tal vez Satán puso en vos/ su vista fascinadora,/ su palabra seductora/ y el amor que negó a Dios».

Cuando las discordancias en las urnas disuenan, distorsionan, no por molestias auditivas, sino por posibles dislocaciones de la democracia, hay resultados electorales que, lejos de ilusionar, enturbian, conturban, disturban, perturban y no digo más…

Trastornado el orden, todo es alteración e inquietud ante lo sucedido y ante lo que puede acaecer.

Tales cosas nos llevan a pensar que Satanás, Mefisto, el diablo, acaso exista y anda metido entre las urnas -como el señor lo estaba entre las cacerolas de Teresa de Ávila-. Así que: ¡Danger!, ¡Achtung!, ¡Attention!, ¡Avvertenza!, ¡Ojo! y ¡Ollo ao piollo King-Kong!

Estamos ante el Diavolus in urna.