Boda electromagnética

Jorge Mira Pérez
Jorge Mira EL MIRADOR DE LA CIENCIA

OPINIÓN

23 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En 1820 el científico danés Hans Christian Oersted descubrió algo que cambiaría la vida de la humanidad: el paso de una corriente eléctrica por un cable provocaba un cambio en la orientación de una brújula. Esto implicaba que la corriente actuaba como un imán y que, por lo tanto, los ámbitos de la electricidad y el magnetismo estaban casados. Poco después se supo que el fenómeno funciona a la inversa: el movimiento de un imán es capaz de inducir una corriente eléctrica. Es la base de la dinamo, el aparato con el que se genera la mayoría de la electricidad que consumimos en nuestras casas. Cuando su inventor, Michael Faraday, lo presentó en 1831, varios de los presentes lo consideraron un simple juguete; pero él ya intuyó que era el origen de un gran negocio. Ese proceso de generación necesita poner en movimiento el imán con respecto al cable que llevará la corriente: se hace con hélices al viento, con corrientes de agua que caen de un embalse y empujan unas palas, con motores que queman hidrocarburos… Este es el recurso al que más se está recurriendo en estos días de poco viento y ríos bajos. Como el petróleo es más caro que el viento y la lluvia, sube la factura.

Pero lo peor es la polución que sale de esa quema. En 1951 surgió la alternativa de hacerlo con combustible nuclear: de 1 tonelada de uranio natural salía lo mismo que de 80.000 barriles de petróleo o 16.000 toneladas de carbón. Un proceso que no genera gases, aunque tiene otros problemas. ¿Cómo consumaría usted esta boda electromagnética?