Llueve

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

28 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Por fin. Bienvenida, lluvia. Habías retrasado tu llegada, tú que eres de los nuestros, como nosotros, mansa cuando el orballo acaricia los rostros de los caminantes, cordial en el chubasco que sorprende la tarde en el paseo, solemne cuando repicas en los cristales de los hogares esbozando una sinfonía, cantarina anunciando primaveras, pertinaz cuando te pones estupenda, furiosa cuando te alías con el viento pariendo tormentas y galernas.

Llueve en la mar y en la tierra, y el agua salvífica cae del cielo envolviendo Galicia entera en un manto de agua y nubes.

Te echamos de menos, a ti, que siempre acudes y te habías olvidado de la cita del invierno. Estabas aprendiendo el nuevo mapa de las sequías, un desierto estaba modificando el país de los mil ríos, y lo que en su día fue el pantano de Belesar se había transmutado en una suerte de oasis sin palmeras. Y Portomarín, una metáfora hídrica, emergiendo de la ciudad antes asolagada, inundada como una leyenda de lagunas que desaparecen al igual que la de Antela cantada en coplas de ciego.

Llueve para que los fondos marinos se agiten y limpien como demandaban los marineros, para que los grelos amenazados sigan floreciendo en el corazón del invierno.

Llueve sobre nuestra melancolía, caen las gotas como lágrimas sucesivas sobre nuestra memoria común, dejando un rastro de nostalgia que salpica los recuerdos.

Y el lenguaje popular aguarda «que abran as fontes», aunque estemos a destiempo, y la próxima semana la Candelaria pondrá una bisagra a las dos mitades del invierno, y la lluvia -cando a Candelaria chora, metá do inverno vai fora- anuncia los carnavales que ya están ahí mismo.

Mientras veo pasar la vida a través de la cortina de agua de la mañana, dibujo un paisaje en el que las aguas del cambio climático perfilan el nuevo contorno costero con mareas crecientes y permanentes.

El agua en la mar viajando para quedarse desde una Antártida en incesante deshielo, y el nuevo desierto central gallego avanzando con un mar de dunas desplazadas que emulan a una playa infinita que resitúa el interior de Lugo y de Ourense.

Los pueblos de la costa convirtieron en faros los campanarios de las iglesias, y la nueva ría de Arousa ya baña la costa de Compostela, a punto de convertir Santiago en ciudad marítima de un reconfigurado litoral. Mi imaginación coloca a figurantes de Blade Runner recorriendo desorientados los caminos que unen las grandes carballeiras y los nuevos palmerales.

Pero no habrá lugar. Si llueve, deja que llueva, que el agua no habrá de faltar.

El cupo de cada año se está repartiendo a su antojo en el país del agua en el que no habrá que dar por bueno un definitivo y rosaliano adiós a los ríos y a las fuentes. Ni siquiera a los regatos pequenos.