Prohibir

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

29 ene 2017 . Actualizado a las 10:26 h.

Recibí varios comentarios al artículo publicado en el Tonel este mes sobre los riesgos de regalar móviles a los niños.

Un lector expresaba su impotencia a la hora de negarse a regalárselo a su hijo porque consideraba que era como ponerle puertas al campo y que, si no lo hacía, el chaval se las apañaría de cualquier forma para poder tener acceso a él.

Otro se preguntaba si no era mejor educar que prohibir a la hora de controlar el uso de móviles en los menores.

Los dos comentarios son razonables, pero merecen alguna acotación.

Prohibir y educar no solo no son contrapuestos, sino que para educar es condición indispensable prohibir. El ser humano nace convencido de que sus deseos son omnipotentes, lo quiere todo y hacer lo que le apetezca siempre. Para poder atemperar tamaña desmesura es necesario castrar los deseos cuando aún se dejan y poder vivir civilizadamente sin andar por ahí jugándose la vida ninguneando al prójimo y a cualquier tipo de ley .

Hoy son legión los muchachos que sufren y hacen sufrir su falta de límites y su fracaso porque nadie supo o no pudo saber prohibir a tiempo.

Si al niño no se le niega nada, no habrá nada en la vida capaz de hacerle sentirse razonablemente satisfecho, las montará de órdago a la grande y será un maleducado insufrible.

La dificultad de educar -y, por tanto, de prohibir- está en saber distinguir qué cosas se deben prohibir necesariamente y por qué. En el tema de los móviles creo que los motivos comentados eran suficientes como para recomendar restringir su uso hasta una determinada edad e informando previamente cómo saber buscar y filtrar adecuadamente la información; por cierto, también recibí noticias esperanzadoras -se pueden encontrar en Internet- de la existencia de centros y colectivos dedicados a enseñar y educar en el manejo de los móviles a los niños.

Cuando sales de chiqueros sin picar, si no tienes algún tipo de limites simbólicos que lo impidan, el único límite lo pone la biología. Sin un ideal, un dios, una ética, una sólida ideología, una buena educación o algo que te haya enseñado a respetar los límites, solo te frenas cuando enfermas, te haces daño, te metes en líos, te estampas desde un balcón o entras en coma etílico.

Para poder controlar esa impulsividad solito es imprescindible que previamente alguien nos haya enseñado y eso pasa indefectiblemente por prohibir, por enseñarnos a renunciar sin volvernos locos.

Hay que rescatar la dignidad del verbo prohibir y despojarlo de esa connotación negativa que se le otorga sin ninguna razón en esta gominola de la posverdad.

A veces sería estupendo poder prohibirnos a nosotros mismos.