La tempestad

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

05 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo que nos está pasando por encima es como la fuerza del destino, y más nos vale arriar las velas hasta que la tormenta amaine. Se llama tempestad, como una obra de Shakespeare y una malísima novela -ya lo sabe él- de Juan Manuel de Prada. Una tempestad es la causa de la larga aventura de Odiseo, aunque en el Ulises quede apenas en una breve chaparrón durante el entierro de un tal Paddy Dignam. Una tempestad en 1836 casi hace naufragar el barco en el que Chateaubriand volvía de visitar Tierra Santa a la altura de Túnez, y también estuvo a punto de arrastrar al fondo del océano, a la vista de las islas Canarias, el barco que llevaba a Conan Doyle a Sudáfrica hace casi cien años. A veces hay tempestades amables como la de la Sexta Sinfonía de Beethoven, o devastadoras, como la que se desencadenó tras la batalla de Trafalgar o la que llevó a Cabeza de Vaca a deambular durante años por los territorios de la Florida un siglo antes de que los tatarabuelos de Trump llegasen en el Mayflower. Ahora las tempestades también se llaman brexit o inmigración, y aquí, aunque apenas pasen de modestos aguaceros, se desatan sobre las coronillas de los políticos de esta o aquella casta, o, en mi ciudad, en forma de rifirrafe municipal. La tempestad es engañosa y viene cuando menos se la espera. En Galicia, para protegerse, nuestros abuelos usaban unos inmensos y pesados paraguas de lona negra llamados sete parroquias, que inmortalizó Castelao. Yo tuve uno que estos días, la verdad, echo mucho de menos