Rato y el flautista de Hamelín

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLALOS DESMANES EN LAS CAJAS

OPINIÓN

24 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Confieso mi decepción por la sentencia de las tarjetas black. Y no porque las penas impuestas a Rato, Blesa y los otros 63 moradores de la cueva de Alí Babá en Caja Madrid-Bankia me parezcan más o menos severas. Seguramente, como en el caso de la hermana y del cuñado del rey, se ajustan a derecho. La justicia siempre resplandece. Mi contrariedad tiene otro motivo: esperaba que la magistrada ponente desvelase, por fin, qué clase de instrumentos musicales toca Rodrigo Rato y comprobar si, como sospecho, el exministro no es sino una reencarnación del flautista de Hamelín.

Les explico el origen de mis sospechas. Rato, además de continuar la obra de Blesa -la apertura del butrón que facilitó el robo de 12 millones de euros-, hizo uso generoso de su tarjeta negra: 99.051 euros en menos de dos años. Salvo los 17.000 euros que fue sacando de los cajeros automáticos, conocemos bastante bien en qué se gastó la pasta: bebidas alcohólicas, cuatro días consecutivos de farra en clubes y salas de fiesta, marisquerías y huevos estrellados en Casa Lucio, viajes a la nieve, farmacias, floristerías y bolsos Vuitton.

Pero entre esa pléyade de gastos -que la entidad que presidía deducía en el impuesto de sociedades, hay que joderse- aparecen 42 partidas, 767,68 euros en total, bajo la rúbrica «instrumentos musicales». Gastos minúsculos, aproximados al céntimo -0,79 euros el más pequeño, 149 euros el mayor-, cuya naturaleza siempre me ha intrigado. De ahí mi decepción: leídos los 259 folios de la sentencia, no puedo confirmar que esos fondos fuesen utilizados en la compra y afinación de su flauta. Lo que serviría, en su caso, como atenuante del delito.

La fábula del flautista de Hamelín, recreada por los hermanos Grimm para asustar a los niños rebeldes, se remonta al siglo XIII, en el año en que Aznar llegó al poder. La ciudad de Hamelín estaba infestada de ratas y un desconocido se ofreció a eliminar la plaga a cambio de una recompensa. Y así lo hizo. Comenzó a tocar su flauta, los roedores salieron de sus guaridas y marcharon en procesión, siguiendo el reguero musical, hasta el río Weser, donde perecieron ahogados. El servicio prestado a la comunidad fue indiscutible. Todavía hoy, cuando ya conocemos el percal, asegura el PP que aquel flautista metió en vereda nuestros desequilibrios económico-financieros y nos puso en la senda de Maastricht y de la Unión Monetaria.

Lo malo vino después. La leyenda dice que el músico marchó cabreado, porque los vecinos le negaron la recompensa, y regresó con afán de venganza. Desenfundó de nuevo el instrumento y esta vez la música seductora arrastró hacia la cueva a todos los niños del pueblo, que nunca más aparecieron. Pero en este punto la leyenda no concuerda y los hermanos Grimm se equivocan. Nuestro flautista recibió más recompensas de las que merecía, desde los oropeles del Fondo Monetario hasta las prebendas de Caja Madrid y de Bankia. Y las que no le entregaron los vecinos, se las apropió indebidamente. El único servicio que prestó fue a sí mismo.