El escaparate

Ramón Pernas
ramón pernas NORDÉS

OPINIÓN

25 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Me pareció estar asistiendo a una secuencia del viejo cine neorrealista español y que, en lugar de ver a dos jóvenes trabajadores vestidos con su uniforme laboral con el nombre de su compañía eléctrica bien visible a la altura del pecho, estaba viendo a Cassen y Jose Luis Ozores en unos fotogramas de una vieja película firmada por Marco Ferreri, en aquella España en blanco y negro poblada de Carpantas y sorteos de cestas de Navidad.

Cerca de mi despacho hay una marisquería de referencia, El Barril, que además de servir en sus mesas una excepcional oferta de mariscos, posee un escaparate en chaflán que es una orgía de comida deseable, excesiva y casi obscena. Los mejores frutos de la mar, los percebes mas lujuriosos, las almejas de un tamaño no terrenal, las cigalas que superan el volumen de una langosta. Y los centollos que son imposibles de imaginar en una tarde febril. De los pescados hablaremos en otra columna.

Pues bien, yo, que paso un día sí y otro también por la ubicación de tan ubérrimo escaparate, que miro de reojo y que en ocasiones saludo a mis primos lejanos del mar Cantábrico, alineados tras la vitrina para mayor disfrute sensorial, me detuve ante la mirada y los comentarios del par de admiradores anónimos que habían puesto sus expectativas en una comida compartida con sus novias si en algún momento, y Dios quiera que sí, les tocaba una primitiva para poder hartarse de comer marisco.

Sana pretensión y ambición que puede satisfacerse, en una España de al menos dos velocidades, en la que el incremento del arroz, la pasta, y el pollo en lugar de los filetes o la carne de ternera y en detrimento del pescado son la actual base hegemónica de la dieta familiar en la mayoría de hogares españoles, ayunos de verdura y de fruta que antaño era prioritaria.

La talla de los españoles -«bajitos y cejijuntos», según la descripción de los viajeros ilustrados que a principios del siglo XX visitaban España y se detenían en Las Hurdes y hacían parada en Galicia para observarnos como quien realiza un visual estudio antropológico de unas tribus exóticas- creció diez centímetros en la década de los setenta, y normalizamos nuestra altura con los restantes europeos gracias al consumo de leche, a la creación de centrales lecheras y a la distribución en las escuelas públicas de la leche en polvo de la ayuda americana, sobrante del plan Marshall

Y ahora que ya somos normales y estamos homologados, volvemos a mirarnos en el espejismo de un escaparate de marisquería para reivindicar un deseo culinario que podría firmar Paco Martínez Soria.

Cuando era pequeño y viajaba con mi padre a A Coruña me detenía ante el escaparate del restaurante Fornos de la calle Olmos, y miraba la oferta culinaria y la orgía marinera, mi padre siempre me decía que aquel escaparate tenía un cristal de aumento que hacía que las merluzas parecieran por lo menos tiburones según su tamaño.

En el comentario de los dos rapaces ante El Barril me vi a mí mismo cincuenta años antes. No pasa el tiempo y la historia se repite cíclicamente ante el cristal de un escaparate.