Cuando el inteligente es el teléfono

Manuel Fernández Blanco PSIQUIATRA Y PSICÓLOGO CLÍNICO

OPINIÓN

26 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace diez años el lanzamiento del iPhone hizo viejos a todos los teléfonos móviles. Había nacido, o al menos se había reformulado de un modo inédito, el teléfono inteligente. Con la incorporación a partir del año 2010 de Siri, y de otros asistentes personales de voz, se culminó la revolución. Ya no solo podíamos hablar por teléfono, también podíamos hablar con el teléfono. 

Es indudable que los smartphones, y en general todos los dispositivos que favorecen la hiperconexión virtual, han modificado en profundidad nuestro modo de vivir y de relacionarnos. Vivimos en un mundo apantallado. Por eso la multiconexión es cada vez mayor, y el aislamiento y la soledad también. Los contactos desplazan, y a menudo sustituyen, a las relaciones. El mundo hiperconectado es un mundo de cercanías artificiales.

Ese mundo, a pesar de todas las cláusulas de privacidad, es un mundo sin escondites, sin posibilidad de secreto. Es un mundo donde nuestra intimidad es arrancada por la fuerza, para alimentar la voracidad de Big Data. Recordemos si no el caso del joven austríaco Max Schrems que, cuando quiso borrar sus informaciones en Facebook, se encontró con un dosier de 1.222 páginas donde se incluían también las informaciones que había suprimido y algunas que nunca había comunicado.

Los teléfonos llamados inteligentes pueden hacernos cambiar muchas cosas. Para empezar, nuestra escritura, porque el corrector impone sus gustos y puede ocurrir que no lleguemos a tiempo de corregir la corrección. Por otra parte, los asistentes personales de voz no son solo un traductor de nuestra voz en mensaje. No solo comprenden, también interpretan. No solo descifran lo que decimos, también saben qué es lo que pretendemos o buscamos. Interpretan nuestras necesidades y también nuestras preferencias, sanas o insanas. Por eso Siri puede homologarse a una nueva versión del Superyó. En realidad el ser humano siempre dialogó con su propia voz interna, el problema es que ahora la conversación no es privada.

Otro de los cambios importantes derivados del uso de estos instrumentos tecnológicos lo encontramos en el ámbito de la relación con el saber. El saber en Internet se basa en el hipertexto, tiene estructura de red. Es un saber horizontal y escasamente jerarquizado. El acceso al saber, especialmente para los más jóvenes, pasa cada vez menos por la relación con las figuras que lo encarnaban clásicamente, como padres y profesores. El saber ha pasado a la máquina, ya no pasa por la mediación, ahora se lleva en el bolsillo. Por eso, en la época de las pantallas, el saber es como el sexo: cada vez más autoerótico. Al goce autoerótico Lacan lo llamaba «el goce del idiota». Los teléfonos serán cada vez más inteligentes. Es más difícil saber qué ocurrirá con nosotros, con sus portadores.