La tiara

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

26 feb 2017 . Actualizado a las 10:22 h.

Hay que estar hecho de una determinada pasta para que te gusten las joyas. Bueno, los joyones. O los amas o los aborreces. Hay quien interpreta bien el código que encierra un gran pedrusco y consigue sucumbir al símbolo. Pero para muchos otros, una corona es una horterada incompatible con la sutileza que merece el buen gusto.

Mientras media España se indignaba con la mueca malvada de Urdangarin, la otra media ha estado pendiente de dos señoras. Una es reina y la otra está casada con el presidente argentino. La misma semana del caso infanta Cristina, ambas han hecho una exhibición impúdica de la manera en la que se manifiesta una monarquía. Demasiados palacios, demasiados vestidos, demasiado rímel en esta visita de Estado, demasiado rosa pastel en un sarao institucional que parecía indicar que el rey da por zanjada la crisis y que toca sacar la capa de armiño.

En el chundachunda monárquico de estos días hemos visto a la reina con una tiara de Victoria Eugenia. Pasa por ser la gran pieza del joyero real. Se le llama la diadema de las lises. Es de platino y brillantes, muchos brillantes, y encajada en la cabeza de Letizia parecía comunicar al pueblo soberano que los reyes existen y que no son los padres. Casi tres años después de acceder al trono sobre el cadáver de un elefante, la periodista se ciñó al fin la corona. La reina del telediario ya es una Borbón. 

Hubo otra foto llamativa estos días. Los reyes saludan a la hija de los Macri. La cría está en pijama y laretea. Tiene cinco años y confiesa que se está fenomenal en palacio. Que se lo quiere quedar. La estampa clava otra de los Obama con el príncipe George de Inglaterra.  Dos referentes incompatibles: o se es Obama o se lleva corona real.