Los nombres de las vacas

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

04 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Un número, el crotal grapado en la oreja, un anonimato alfanumérico en los códigos informáticos que regula un ordenador, el estajanovismo lácteo para que desde un cuestionado confort produzcan cuanta más leche mejor hasta la extenuación. La vaca ya no es el animal totémico de un país que se jactaba de tener un millón de vacas, al menos las que pacían en las verdes praderas del magnífico relato de Manolo Rivas, para convertirse en un carrusel de animales estabulados (de establo) como símbolo de la ganadería intensiva, o sea, la explotación de las vacas que no salen prácticamente del lugar donde viven y producen la leche. Atrás quedó la lectura romántica de la cabaña vacuna extensiva, pastando y caminando por los prados, en ocasiones guiada por su dueño, con la mirada amable y socialdemócrata, cruzando caminos y carreteras y mugiendo a los caminantes en señal de saludo. Eran la Gallarda o la Marela, la Rubia o la Galana, la Morena o la Bonita, que escuchaban a quienes las llamaban, distinguiendo la voz de quienes con cariño y mimo se dirigían a ellas llamándolas por su nombre.

Yo, que soy muy ajeno a la cultura campesina gallega y que las únicas vacas que conozco en mi pueblo marinero son las parejas de barcos que pescan al día, siempre fantaseé con conversaciones mantenidas entre una vaca que reflexionaba sobre la dura vida cotidiana de la aldea hablando en un lenguaje secreto con quien la llevaba del ronzal cuando volvían al establo al caer la tarde.

Vacas que comentaban lo animado que estuvo este año el mercado ganadero de As San Lucas, o la feria del quince de Fonsagrada, o, ¿por qué no?, hablaban de un rayo que partió en dos un carballo al lado del camino, una tarde de tronada.

Los nombres de las vacas son el equivalente a nuestros nombres -también hace algún tiempo Rubio o Marelo y Moreno eran apodos, sobrenombres de los amos de las vacas-. La relación nominal de los nombres vacunos forma parte del patrimonio inmaterial de nuestra galiciana humanidad, que no hay que perder nunca, aunque me temo que ya ha comenzado a formar parte de la memoria sentimental de nuestro pueblo.

Últimamente ya se denominaban con nombres espurios, como Vanessa o el muy eufónico de Chenoa, lo cual constituía una falta de respeto que alteraba la tradición de un respetuoso vacuno nombre de pila.

La leche y los lácteos ya no son lo que eran, entre cuotas, cupos y flautas. Las granjas ya estabulan por cientos o miles su cabaña, donde la pantalla glauca de un ordenador pone tilde a la n y ordeña on line. El ojo de la informática sabe todo de la vaca y de su número de serie.

Nada es ya lo que era, ni se parece siquiera. La raza autóctona seguirá pastando al fondo del paisaje, de un paisaje entrañable que canta un alalá en cada mugido, y nuestras vacas populares y andadoras seguirán viendo pasar los coches que circulan por la autopista y al pasar, al mirarlas, yo sabré que aquella solitaria que veo donde la hierba es más corta debe de ser la Marela, o quizás la Gallarda.

Quién sabe.