Cualquier tiempo pasado fue mejor. Esta frase es un clásico que nos lleva a hablar de los clásicos. Hoy vivimos más años y mejor, se supone. Antes usábamos hachas y ahora abusamos del móvil. No hay duda del salto. Pero ¿qué pasa con la cultura? ¿Avanzamos o no? En literatura: ¿somos mejores en el siglo XXI que cuando Dickens, Proust o Tolstói? Cierto es que el filtro de las décadas solo la pasan las obras maestras. También en el cine, que es a lo que voy. Se entregaron los Oscar y ni la que ganó durante unos minutos, La La Land, en esa chapuza televisada para millones, ni la que venció para la Historia, Moonlight, son películas para grabarse por los siglos de los siglos. El musical La La Land es una peliculita bonita. Moonlight cuenta una historia dura desde un extraño lirismo, pero ¿la recordaremos dentro de treinta años? Cada uno tendrá su opinión. El año pasado, el Óscar a la mejor película fue Spotlight, un filme solvente sobre la investigación periodística del Boston Globe y los abusos de la Iglesia a niños, pero ¿era mejor, por ejemplo, que Todos los hombres del presidente sobre el Watergate? Pero es que voy más allá. Tómense la molestia de poner el retrovisor y mirar/admirar los ganadores de los años setenta. La lista es espectacular. No hay una sola mala. Vale, Rocky y Patton son opinables. Pero las otras son intocables, creo. Y no les hablo de las otras finalistas de esos años. Es una alineación que ni el mejor Real Madrid del siglo ni el Barça más espectacular de todos los tiempos: Cowboy de medianoche, Patton, The French Connection, El Padrino, El golpe, El Padrino II, Alguien voló sobre el nido del cuco, Rocky (la única duda, para mí, no), Annie Hall y El cazador. En la moda siempre se vuelve atrás para avanzar. Todas las modas regresan. Tal vez tendríamos que experimentar menos con gaseosa (La La Land) y recuperar los clásicos como brújula.