La ventana

Mario Beramendi Álvarez
Mario beramendi AL CONTADO

OPINIÓN

13 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay mayores a los que solo les acompaña el cristal de su ventana. En algunos momentos del día se acercan a ella y apoyan su frente, mansamente, como quien busca cobijo o tal vez comprensión. Ahí pasan los minutos, quizás las horas; ven el movimiento de la calle, seres anónimos que les evocan a su familia o sus allegados, y por un momento imaginan que se encuentran en compañía de alguien. Es una forma de entretenimiento como otra cualquiera. En Santiago, igual que en muchas otras ciudades, cada vez hay más personas que viven solas. En la calle donde residen mis suegros, durante mucho tiempo, veía siempre una señora muy mayor apostada en la ventana de un edificio de la acera de enfrente. Daba igual la hora. Ella siempre estaba allí, en el primero. Sin conocernos, sin saber su nombre, entablamos una suerte de amistad con la vista. Jamás hablamos, pero siempre la saludaba antes de subirme al coche, y ella me respondía con una sonrisa. Hace mucho que no he vuelto a verla, así que supongo que habrá fallecido. Para muchos de nosotros, la ventana no es más que una frontera que separa un espacio cerrado de otro abierto, lo íntimo de lo desconocido. 

Sin embargo, hay fases de la vida en la que esos cristales se convierten en realidad en el último mirador. En cierta manera, es una forma de despedida, un adiós anónimo e insignificante, que es como transcurren las tristezas en los barrios. Así son nuestros cotidianos y vulgares epílogos. Por eso, con los ancianos, me acuerdo de Baudelaire, que escribió de las ventanas, un lugar donde la vida sueña, sufre y vive.