El canto del ruiseñor

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

24 mar 2017 . Actualizado a las 08:50 h.

Ha sido un rumor que nos acompañó durante el último medio siglo: alguien con poder, sobre todo municipal, organiza la compra de un terreno rústico, después lo recalifica como edificable, se multiplica su precio, y a pasar por caja. Ha hecho el negocio más sucio, el más indecente, pero el negocio de su vida. Por eso se construyó una leyenda de corrupción en torno a las concejalías de urbanismo y en torno a constructores que llegaron a financiar la constitución de un partido político para gobernar el municipio. En el conjunto de España, multitud de municipios. 

Ayer, en el juicio del caso Pretoria, se demostró que no es ni fue ningún rumor. Declaró el señor Macià Alavedra, que fue consejero de Economía con Pujol, y cantó toda la canción de los manejos. Es exactamente igual que se suponía: compra de dos fincas, recalificación y venta. El trabajo del señor consejero y sus dos compinches consistió en buscar a los compradores, apalabrar el negocio y cobrar el 4 % del precio de venta. Según el procesado, era «un movimiento habitual» y el porcentaje, también «el habitual en este tipo de operaciones».

Es decir, que incluso en la corrupción hay clases. Hay el 3 % en la concesión de obras y servicios -lo que se puede llamar mordida institucional-, y hay el 4 % cuando se trata de llevárselo al bolsillo particular de los actores. La caridad bien entendida empieza por uno mismo. La socialización del robo vino después: se conoce que Convergència se enteró de que había quien cobraba el 4 y quiso igualar por arriba. Como declaró uno de los imputados del Palau, hubo un momento en que ese partido empezó a pedir el 4. «¿Por el coste de la vida?», le preguntó con mucha coña el fiscal. «No, porque querían más dinero». Así de sencillo.

¡Qué grandes ladrones de corbata y coche oficial! ¡Qué depredadores! Los tres principales procesados en el caso Pretoria ni siquiera robaban para el partido: robaban para ellos mismos y entre ellos se lo repartían. Ahora podemos percibir que sí resulta útil el pacto con los fiscales para eludir la prisión: los sentados en el banquillo cantan como ruiseñores. No sabemos lo que callan, pero su confesión ayuda a comprender cómo se ha esquilmado este país, cómo se usó el poder para enriquecerse y con qué descaro se pidió dinero a terceras personas.

Y un detalle nada menor: además de cantar, Macià Alavedra tendrá que pagar una multa de unos diez millones de euros. Normal: no le iba a salir gratis el latrocinio. Pero tiene los diez millones. Engañó a Hacienda, escondió fondos en el extranjero, regularizó con el Fisco, lleva unos cuantos años sin cargo oficial, pero aún le quedan diez millones para comprar su libertad. ¡Jo, qué tíos!