De borrachos y morosos

Albino Prada
Albino prada CELTAS CORTOS

OPINIÓN

27 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Imagine usted que pretendo convencerlo de que España -y otros miembros de la zona euro- tenemos que recuperar la opción de devaluar una moneda propia; aún más, de tener el derecho a imponer a nuestros acreedores una reestructuración de las deudas o de suspender pagos, de volver a contar con mecanismos de control de la circulación de capitales. Seguro que me descalificaría como un antisistema anacrónico, un populista afrancesado, un antieuropeo… o todo eso junto.

Pues bien, esas son justo las conclusiones a las que llega Wolfgang Streeck en su libro (Comprando tiempo, Katz editores, 2016). ¿Quién viene siendo este señor? Pues nada menos que, durante años, director del prestigioso Instituto Max Planck de Investigaciones Sociales con sede en Colonia (Alemania), y profesor en esa universidad.

En su recomendable libro no se priva de definir al superministro alemán Wolfgang Schäuble como un «estratega neoliberal autoritario» (página 170) o de recomendar a los ciudadanos (sobre todo del sur de Europa) que, si no tienen millones en títulos de deuda -como sí tienen los mercados financieros- para usar como argumentos, llegado el caso se plateen usar… ¡adoquines! (página 157).

El lector de esta columna debiera tomar buena nota del tono con el que se habla de las cosas de comer en el corazón de Europa, porque me temo que en España estamos algo anestesiados y narcotizados con aquello de que cumpliendo los deberes saldremos algún día del atolladero económico y de deuda en el que nos fueron metiendo los últimos gobiernos y los banqueros globales.

De este asunto se ocupa W. Streeck en los dos primeros capítulos de su libro, donde analiza lo que llama tránsito a un capitalismo de Estados deudores, en el que los bancos han privatizado a un Estado que se financia con préstamos en vez de impuestos (que los ricos no pagan) y controlado por los acreedores, y no por sus ciudadanos. Acreedores a los que llama diplomacia financiera internacional (Goldman Sachs, J. P. Morgan o Pimco).

Un capitalismo en el que los ciudadanos deciden cada vez menos cosas, y donde la redistribución de la riqueza se considera herejía (para la justicia del mercado). Lo que se consigue blindando las finanzas públicas a las demandas ciudadanas con techo de gasto o reformas constitucionales. Un capitalismo en el que ha hecho colapso la prosperidad garantizada, campa a sus anchas la secesión de los ricos y en el que la tranquilidad de los mercados se cambia por la intranquilidad de los pensionistas.

Propone democratizar las instituciones y que así sea posible volver a poner a los mercados bajo control social. Para así poder mejorar la situación de aquellos excluidos del crecimiento neoliberal, si es necesario -y son palabras textuales- a expensas de la paz social y del crecimiento. En ausencia de todo esto, mientras estamos cada vez más confiados en los amigos europeos de Luis de Guindos, en Francia avanza Le Pen y un holandés presidente del Eurogrupo nos tilda de puteros, borrachos y morosos.