El retablo de Valle-Inclán

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

27 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde las siete de la tarde del pasado viernes hasta las dos de la madrugada del sábado duró el homenaje que se le tributó a Valle-Inclán en el Teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Allí acudimos los fieles suficientes para agotar todas las entradas y asistir a una versión de las cinco obras que el dramaturgo gallego agrupó en 1927 bajo el título Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte. La dirección corrió a cargo de la rusa Irina Kouberskaya, que ha demostrado conocer bien la obra de nuestro escritor, al que ha respetado y enriquecido con variantes formales y de humor, sugerentes y atractivas. (Solo el homenaje flamenco a Sacrilegio estuvo fuera de lugar).

En Ligazón se nos ofreció una fantasía de realidades y símbolos galaicos que, sin desnaturalizarse, acaban girando en torno al mito de Orfeo. En La rosa de papel estaba el escritor anarquizante que conoció el rural gallego y lo convirtió en un poliedro de realidades y sueños confrontados y tal vez desquiciados. En La cabeza del bautista, quizá la pieza más lograda del Retablo, asoman los personajes de un sórdido y mísero pueblo, con sus pasiones más primarias, sus penurias y sus asfixiantes tradiciones. Se dice en el programa de mano que esta obra expresa «el mito de Salomé en masculino». Yo creo que Valle-Inclán no estaba pensando en eso, sino evocando el mundo rural que había conocido y cuyas tradiciones le refirieron en su infancia y juventud.

La última de las obras que pudimos ver, El embrujado, es quizá la pieza dramática más profunda y compleja del Retablo, porque en ella está todo el pasado de la Galicia que conoció Valle-Inclán, desde las reminiscencias celtas hasta los señores feudales que sobrevivían en el siglo XIX con muy pequeñas variantes formales. Con ellos convive un mundo pobre y andrajoso para el que no se vislumbran esperanzas de redención. Estamos en el orbe dramático que precede a los esperpentos. Un Valle-Inclán que es un espejo en el que podemos ver nuestro pasado mejor que en un libro de Historia. Por eso fue un placer dedicarle la noche y convivir con nuestros fantasmas. El dramaturgo gallego tiene todavía más futuro que pasado, a pesar de que su fama es ya universal.