Barcelona

Eduardo Riestra
eduardo riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

03 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Vengo de caminar, esta semana por las calles de la ciudad de Vicky y Cristina y, además de comprobar por enésima vez, bajo una amable solecillo de primavera, que vivo en la ciudad equivocada, tan rodeada de océano y vendavales, he visto también que los barcelonís, que decía Cela, están acorralados en el barrio de Gracia, mientras suben desde la Barceloneta y el Raval, poco a poco, los bárbaros del norte.

Son aquellos que buscan el Nirvana y adoran a las Siete Musas, a saber: el diseño de interiores, la salud, el Macintosh, la quinoa, el sushi, el sexo esporádico y Wikileaks. Japoneses, coreanos, suecos, holandeses que han descubierto el nuevo Sangri-La.

Desde que Félix de Azúa, allá por 1982, proclamó en un famoso y controvertidísimo artículo de prensa que Barcelona era el Titanic, la ciudad, que acabaron de hundir los Juegos Olímpicos, fue reflotada por gentes de fuera que en realidad, si uno se fija bien, no tienen ombligo.

Los mártires de la causa, desde la prehistoria de Josep Pla -aquel escritor cachazudo y sensato que hace hablar a los campesinos de sus libros de viajes como si fueran académicos y recorre el país en autobús, con curiosidad de una portera cotilla-, fueron Castellet y Juan Marsé. Tras ellos los editores y poetas de la rive gauche catalana. Pero no Eduardo Mendoza ni Mariscal, que abrieron las puertas para que entraran los exquisitos. Solo el poeta Salvat Papasseit mantiene el tipo desde hace un siglo en esta modernidad.

La batalla está perdida. Viva la derrota.