Un pionero gallego

Javier Armesto Andrés
javier armesto EL QUID

OPINIÓN

04 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque había nacido en Madrid en 1926, Antonio Lamela se sentía «muy gallego», como él mismo me confesó hace algunos años durante una visita a su estudio de la calle O'Donnell, donde todos llevaban batas blancas de laboratorio. Su familia paterna era originaria de una aldea de Castroverde y durante su infancia iba allí todos los veranos, en un viaje que en aquella época anterior a la Guerra Civil suponía dos días en coche: «Almorzábamos en Ávila, dormíamos en León, al día siguiente comíamos en Lugo y por la tarde llegábamos a Castroverde», recordaba. Dos años antes de conseguir el título, el joven Antonio empezó ya a trabajar como arquitecto, promotor y constructor. En una España todavía encerrada en sí misma, sus proyectos residenciales y turísticos, con una arquitectura novedosa de corte internacional, supusieron un soplo de aire fresco.

Lamela fue un pionero: diseñó uno de los primeros autoservicios del país, el primer edificio de viviendas con aire acondicionado, los primeros pisos con mobiliario de cocina ya integrado, el primer motel -El Hidalgo, en Valdepeñas (Ciudad Real)-, la primera oficina-paisaje (sin divisiones en planta)... Qué decir de sus Torres de Colón, en las que hizo realidad lo que parecía imposible: empezar la casa por el tejado.

Contemporáneo de la generación de oro de la arquitectura española -Fisac, Corrales, Sáenz de Oiza, De la Sota...-, defendía los rascacielos pero tenía los pies en la tierra. «La arquitectura tiene que dar respuesta a las necesidades humanas con un coste mínimo, no te puedes permitir el lujo de frivolidades absurdas formales», decía.