Galicia: alternativa al desgobierno

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

05 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El 19 de junio del 2005, en las séptimas elecciones autonómicas, la izquierda logró arrebatar por primera vez a la derecha la mayoría absoluta en el Parlamento de Galicia. Aunque por los pelos, pues el PP obtuvo tan solo un escaño menos de los 38 que le aseguraban seguir al frente de la Xunta, la suma de los 25 del PSdeG y los 13 del BNG llevaron a la presidencia a Emilio Pérez Touriño, político de honradez intachable, brillante trayectoria profesional y experiencia acreditada en altos cargos al servicio del Estado.

El previsible éxito de la nueva Xunta no nacía solo, en todo caso, de la personalidad del presidente, sino también del fuerte deterioro de un Fraga ya acabado, de la mayoría absoluta del bipartito y del lógico cansancio de los electores con el PP tras muchos años de gobierno.

Todas esas ventajas de partida pronto se dieron de morros, sin embargo, con la abierta deslealtad del BNG al nuevo Ejecutivo. Y es que, desde el momento mismo de su formación, los nacionalistas estuvieron mucho más pendientes de evitar que Touriño pudiese rentabilizar su gestión al frente de la Xunta que de ayudar a que aquella fuera juzgada por los electores de forma positiva. El resultado de ese dislate es de todos conocido -la derrota electoral en el 2009- como es obvia la moraleja que de tal experiencia se deriva: que nada hay peor que poner el Gobierno en manos de una coalición de fuerzas incapaces de gestionar con coherencia, unidad y lealtad.

Esa evidencia, confirmada sin excepciones por la historia, convierte en suicida el supuesto proceso de construcción de una alternativa, no de gobierno, sino en realidad de desgobierno, a la actual Xunta del PP. Por un lado, el número de fuerzas de oposición no deja de multiplicarse hasta dar en la actual sopa de siglas, decididamente incomprensible: al PSdeG y al BNG, ya existentes e incapaces de gobernar en su día de una forma solidaria, se unen ahora las Mareas -cada una de su padre y de su madre-, Podemos, Anova (que agrupa, a su vez, a varios partidos), Equo, Esquerda Unida y diversas personalidades independientes y movimientos de diferente procedencia. Pero, por si esta izquierda de taifas no fuera ya absolutamente inmanejable como futura base de un Ejecutivo de coalición, indispensable para desplazar al PP de la Xunta de Galicia, casi todas las marcas aludidas están internamente fraccionadas, de modo que hablar hoy del PSdeG, de Podemos, de las Mareas o En Marea es hacerlo en realidad de organizaciones dominadas por los enfrentamientos y la desconfianza entre facciones que viven en permanente pie de guerra.

La democracia necesita la existencia de ejecutivos capaces de gobernar y de oposiciones con posibilidad de convertirse en alternativa con similar capacidad. En Galicia tenemos hoy lo primero, pero de lo segundo estamos a una distancia sideral.