Los cuentos y las cuentas públicas

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

06 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Algunas veces, en el marco de un programa que el Parlamento de Galicia desarrolla con sus exdiputados, me ha tocado explicar en los colegios para qué sirve una Cámara legislativa. Esa tarea divulgativa parece útil y sencilla. Lo difícil viene después, durante el coloquio, cuando los escolares te asaetean con preguntas incisivas. Por ejemplo, si mal no recuerdo, en el instituto de Carballo. Había dicho yo, remedando a los viejos hacendistas, que todo lo que no está en los Presupuestos no está en el mundo. Que ahí figuran los impuestos que pagarán sus padres, la nómina de sus profesores, las píldoras del abuelo o la reparación de la carretera vecinal. Fue entonces cuando uno de los adolescentes, de trece o catorce años, levantó la mano y me soltó de sopetón:

-¿Y lo que roban los políticos? ¿También figura en los Presupuestos?

Logré farfullar que las mordidas, aunque enmascaradas -ningún Parlamento autoriza el latrocinio-, también salen del Presupuesto. El 3 % lo rebaña el corrupto del 100 % del crédito presupuestario para esta o aquella obra pública. Como la maquía que el muiñeiro sisaba del ferrado de centeno, aunque en este caso de forma legal.

No convencí a mi joven interlocutor y no me extraña. Yo mismo, cocinero antes que fraile, asisto con creciente escepticismo al ritual de presentación de los Presupuestos. Salvo para lo malo, que en esa vertiente todo son certezas. Si te dicen que subirá este impuesto o que caerá la inversión, dalo por hecho: será así. Pero si te dicen que habrá 924 millones para el AVE a Galicia, somete el anuncio a cuarentena: probablemente no será así.

Expliquemos el truco. La aprobación de los Presupuestos significa que el Parlamento autoriza al Gobierno a gastar equis millones en determinadas actuaciones. Pero no lo obliga a realizar todo el gasto. Y ahí encuentra el Gobierno su margen de maniobra: elabora unos Presupuestos del Estado expansivos -como los del 2016- cuando se avecinan elecciones y, una vez en vigor, no los ejecuta en su totalidad para cumplir con el límite de déficit público que le exige Bruselas. Jugada redonda: los votantes, satisfechos con el gasto anunciado a bombo y platillo; Bruselas, satisfecha de que el gasto no se haya efectuado.

Dice con razón el presidente de la Xunta que los Presupuestos no tienen valor si no vienen acompañados de un alto nivel de ejecución. Pero se equivoca cuando atribuye la raquítica realización en el 2016 al bloqueo institucional. La prueba resulta irrefutable: apenas iniciado el ejercicio, el Gobierno en funciones redujo el Presupuesto en 2.000 millones de euros, mediante un «acuerdo de no disponibilidad» de esos créditos.

Más significativo aún lo de este año. Vivimos en tiempo de prórroga y, por tanto, el Gobierno podría gastar lo mismo -menos en las obras ya concluidas, obviamente- que en el 2016. Pero no. Usó las tijeras y declaró «no disponibles» 5.493 millones. Así que me veo obligado a rectificar mi prédica en Carballo: una cosa son los Presupuestos y otra, distinta, la realidad.