Réquiem por Aznartín

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

09 abr 2017 . Actualizado a las 10:03 h.

Primero fue Brangelina, hace unos días Paulamante y el miércoles asistimos a la demolición de una pareja que no sabíamos que existía pero que en realidad transitó por nuestras vidas con una fuerza arrolladora: Aznartín. Cuando el expresidente entró en la mansión quién-vive-ahí de Bertín y desplegó su verborrea plomiza y displicente, todo empezó a sonar a réquiem. Hasta hace dos lunas, la amargura de acero de Aznar entusiasmaba de manera bilateral. A la derecha, los que agradecían la censura áspera, el desprecio hosco que Aznar dispensaba al liderazgo de metabolismo vago de Rajoy. A la izquierda, los que fabulaban con un duelo feroz que acabara con la derecha despedazada y vencida, como si esta disposición al suicidio no fuese una cualidad muy exclusiva de la izquierda de este tiempo. 

En cuanto a Bertín Osborne, que ese tralalá de amigotes que practica ejerza semejante poder sobre la audiencia ha venido deprimiendo profundamente a quienes exigen al periodismo rigor, seriedad y espíritu crítico. Más que entrevistas, este cantante al que siempre imagino a punto de cortar unas lascas de jamón cinco jotas propina masajes con Chanel, aunque hay algo oscuro en esas risotadas que emborrona su campechanía de feria de abril. 

Pero el miércoles, Aznar y Bertín funcionaron como una pareja que, como los muertos, no sabían que lo estaban. La llaneza de señorito del andaluz fue una caricatura hiperbolizada frente a otra caricatura igual de hostil, la de un Aznar antipático que ya no tiene ninguna gracia. La audiencia lo percibió y le dio la inesperada victoria de la noche al sospechoso teatrillo de los Gypsy Kings, otra caricatura si cabe más zafia pero más de nuestro tiempo que una pareja que explotó por exceso de química.