La posverdad

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

10 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El término es muy nuevo (es decir, es un neologismo), pero en realidad define el viejo proceso de cómo las llamadas «mentiras emotivas» sirven para crear o modelar una opinión pública, más allá del conocimiento objetivo de los propios hechos. Y esto ocurre precisamente porque la percepción de la realidad tiende a debilitarse u ocultarse en el discurso político, dando paso así a sólidas emociones o a percepciones de baratija. 

Dicen que la posverdad desdeña la dialéctica entre lo falso y lo verdadero para sustituirla por una apariencia de verdad que comparece, a la postre, como más cierta que la propia verdad ya desactivada o destronada. El resultado sería algo así como una mentira que merecería ser creída y, como tal, incorporada al debate público. Lo cual no es otra cosa que la tradicional propaganda política en su intento de dotarse de un noble apellido. Es decir, hemos inventado una palabra para disfrazar una denominación en descrédito. ¿Y esto funciona? Sí, claro. Si no, no estaríamos aquí hablando de ello.

Dicho en plata, la posverdad gana la atención del público porque, de algún modo, se enfrenta a las mentiras del sistema y genera un activismo que aparentemente busca la verdad verdadera, esa que se sabe indescifrable en un horizonte temporal corto. De este modo, se consigue que la posverdad funcione -al menos durante un tiempo- como verdad o como versión altamente probable y por lo tanto creíble. Por esta vía, y aunque queramos evitarlo, empezamos a vivir en el régimen de la posverdad, que es en lo que estamos ahora, con toda clase de técnicas habilitadas para que su espacio no decaiga y, por lo tanto, no sea enteramente rebatible.

En este mundo nos hemos avecindado, seguros de que no siempre sabremos la verdad verdadera, aunque sigamos luchando por acceder a ella. Porque la polarización política no dejará de engordar la manipulación, aquí, en EE. UU., en Rusia y en la Cochinchina. Y es que el invento de la posverdad vino para quedarse. Y sobrevivirá en la nueva dialéctica sin que podamos evitarlo. Pero aprenderemos a sobrellevarla. Porque su condición tóxica siempre nos alertará de un modo u otro y despertará nuestro recelo.