Circo Secesión: el mayor espectáculo...

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

14 abr 2017 . Actualizado a las 09:14 h.

Del mundo. Sí, sí, ni las cataratas del Niágara, ni la Semana Santa sevillana, ni las pirámides de Egipto son comparables al llamado procés (léase prusés) que, dirigido al alimón por los empresarios circenses Junqueras, Puigdemont y Forcadell, nos muestra con genial teatralidad cómo hacer de Cataluña un Estado independiente.

Nación en marcha, pueblo en construcción, nueva república en el instante histórico de su prístina aparición, el Circo Secesión, que ofrece funciones de mañana, tarde y noche desde hace varios años, presenta una variedad de números realmente extraordinaria, motivo de estupefacción de quienes se detienen a contemplar a un grupo de profesionales que se han puesto de acuerdo en dar lo que es, sin duda, un auténtico espectáculo.

Empezando, claro, por esos domadores que con el restallar seco de sus látigos tratan de mantener a raya a las fieras del Estado traídas de la selva española para el caso (Parlamento, Gobierno, Tribunal Constitucional y tribunales ordinarios) bichos a cada cual más peligroso cuyos rugidos y zarpazos hacen temblar de miedo a una parte del público asistente. La tensión del más difícil todavía la mantienen los brillantes trapecistas, de manera muy especial los Hermanos Junts pel Sí, cuyos triples saltos mortales son cada vez más temerarios. ¿Y qué decir de los prestidigitadores y los malabaristas, casi todos procedentes de las facultades de derecho catalanas, verdaderos artistas capaces de mantener treinta normas y sentencias girando al mismo tiempo sobre sus respectivos palos para ir echando al suelo las que no les interesan y dando más y más velocidad a las que creen que pueden ser de alguna utilidad? ¡Impresionante!

Pero nada en el Circo Secesión es comparable al número de los ilusionistas, que cierran la función con la ayuda de la traca final de los payasos. Los ilusionistas han montado un número genial: la procesión de los secesionistas pedigüeños. Unos cuantos actores, disfrazados de nación colonizada, solicitan apoyo extranjero para la causa que da sentido a su opereta -la independencia catalana- y, pese a obtener un nulo resultado con sus carísimas gestiones, consiguen por momentos generar el espejismo de que Cataluña es hoy el centro de las preocupaciones geopolíticas del mundo. Los de la procesión se sacan de sus chisteras apoyos a la causa con la misma facilidad, y falsedad, con que los magos hacen salir de ellas docenas de conejos.

La función la cierran los payasos, un número desternillante donde Artur Mas hace de clown vestido de inhabilitado judicial mientras por la pista se pasean, cargados de sacos de billetes, los numerosos hijos de Pujol, que corren como centellas en sus bicis enanas huyendo de policías y fiscales mientras gritan, dirigidos por el jefe de la banda, es decir, por su papá, «Fer país», «Fer país».

En suma, inenarrable: pues no hay nada como el circo para captar la verdadera esencia de las cosas.