Tras las sorprendentes y más que inquietantes victorias del brexit y de Trump, Francia va a las urnas el domingo en una primera vuelta de infarto. Las últimas encuestas pronostican un empate a cuatro que lo deja todo abierto para saber quiénes pasan al duelo final del 7 de mayo. Entre los dos candidatos que representan la ola populista en auge en Europa, la filofascista y xenófoba de Marine Le Pen y la ultraizquierdista de Mélenchon, suman más del 40 % de los votos. Incluso la hipótesis de una segunda vuelta entre ambos está sobre la mesa. En ese caso, si su rival es Mélenchon, que está en claro ascenso, las posibilidades de Le Pen se dispararían. La caída del representante de la derecha tradicional, Fillon, sumido en la corrupción, y el hundimiento del socialista de izquierdas elegido en primarias, Hamon, han hecho que el escenario político francés esté a punto de dar un vuelco histórico que tendría efectos letales para el proyecto europeo. Solo el insustancial centrista Macron puede evitar la catástrofe. Los sondeos apuntan que llegará al ballotage con Le Pen. Pero ¿quién cree a estas alturas en la demoscopia electoral? Si fuera así, la lógica dice que ganaría a la lideresa del Frente Nacional, ya que agruparía los votos de los demás candidatos para frenar su llegada al Elíseo. Pero puede que esa lógica democrática que sirvió para detener a Le Pen padre ya no funcione. Nadie previó el triunfo de Trump, que se ha confirmado como un peligro para la humanidad con sus últimas hazañas bélicas en su nuevo papel de patoso sheriff mundial; ahora nos resistimos a creer que un personaje tan siniestro como Le Pen pueda ser presidenta de Francia. Háganse a la idea, sí, es posible.