En los noventa años de Benedicto XVI

OPINIÓN

19 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Bouza

El cumplimiento de 90 años ha hecho emerger a la actualidad la figura del papa emérito Benedicto XVI desde su voluntario retiro. Una decisión histórica en su momento, vivida desde entonces con una ejemplar coherencia. Podría decirse, si la palabra no estuviese devaluada, con una humildad que interpela. No interfiere en lo que es la responsabilidad de su sucesor del que ha manifestado tener un carisma de cercanía que él no poseía. Cada papa aporta lo mejor de su personalidad al servicio de la trascendental misión encomendada. Benedicto XVI es un intelectual riguroso, un estudioso de la teología de lo que ha dejado constancia en una abundante bibliografía. La fe es un don y un misterio. Aceptado ese principio, como no es inusual en cualquier investigación científica, se puede razonar y comprender la realidad. Desde la cátedra universitaria, cuando las aulas estaban agitadas en los años 68 del pasado siglo, dictó unas conferencias publicadas entonces y reeditadas con el título Introducción al Cristianismo, en las que se enfrentó directamente con ese tema, centrado en la persona de Jesús de Nazaret. Esa centralidad la ha desarrollado en tres libros escritos ya siendo papa. En último término, es lo que acaba de reconocerse en la conmemoración de la pasada semana y manifestada en las imágenes de los pasos en las procesiones. Sin esa referencia perderían el sentido. Lo dejó expresado de un modo emblemático en unas palabras de su primera encíclica, que el papa Francisco confiesa no cansarse de repetir: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».

No es difícil admitir la importancia que tienen los encuentros en la vida de cada quien. Hasta podría sostenerse que han sido decisivos para su orientación, cualquiera que sea la dirección. Acontecen en no pocas ocasiones sin una programación previa. Desde ese encuentro Benedicto XVI ha reivindicado el amor frente a una concepción del cristianismo como una serie de preceptos y prohibiciones que convierten en amargo lo más hermoso de la vida, que privan de la alegría, que el papa Francisco ha desarrollado como definidora del Evangelio.

También desde ese encuentro Benedicto XVI ha reivindicado la verdad, la necesidad de buscarla. Con la calculada displicencia de Poncio Pilatos se ha puesto en circulación la posverdad. Huyendo de lo objetivo acaba por erigirse en absoluto lo relativo, que se impone incluso por encima de las reglas democráticas de la convivencia o pervirtiéndolas. No todo el Derecho positivo es justo, declaró a sus compatriotas recordando la etapa del nacionalsocialismo. También las reglas de la naturaleza tienden a ser reinterpretadas. Es cierto que toda minoría debe ser respetada, pero lo que numéricamente es minoritario no debe imponerse a lo que es mayoritario. Benedicto XVI, apartado del mundo, pero no desentendido de él.