Memento corrupto

Manuel Blanco EL CONTRAPUNTO

OPINIÓN

26 abr 2017 . Actualizado a las 08:08 h.

Imagino al político corrupto como al Guy Pearce de Memento. Incapaz de almacenar recuerdos, solo operativo para la memoria sensorial, siempre ávido de los placeres que procura la mordida: mansiones, safaris y cacerías, coches de lujo... Ha de ser así. Cuesta visualizar a un sociópata en cada gamberro que decidió meter la mano en la caja de todos. Son demasiados. No puede haber en el ruedo ibérico tanta bipolaridad. Tanto barón Ashler presto a defender en cada aparición pública su integridad y las de los suyos, para clamar por la honestidad de sus gobiernos al tiempo que facturaban maletines a Suiza. Solo la desmemoria puede sostener tanto cargo de conciencia, tal volumen de suciedad y latrocinio.

O a lo mejor me equivoco y es en realidad un exceso de memoria el que ha laminado la integridad de los cientos de ciudadanos procesados por los tribunales patrios. Cerebros prodigiosos como aquel Funes de Borges o el Grove ambulante de Oliver Sacks. Memorias eidéticas que permiten procesar con la precisión sistémica de una tabla de Excel cada sobre recibido, cada cuenta abierta en las Caimán, brillantes Moriartys superdotados para la manipulación de seres humanos, esos que luego son incorporados a la máquina del barro. No estaría de más saber qué hay detrás de esta tragedia colectiva. Si es amnesia selectiva o una academia criminal la que explica nuestras vergüenzas.

Seguramente tenga razón César Casal al sostener que basta con acudir a la tradición literaria para encontrar una razón de ser del corrupto español. El Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache... Regalaría un par de nóminas por una tarde con los padres de la novela picaresca. Por observar su cara de asombro al ver que, siglos después, sus descendientes han perfeccionado el método. Al fin y al cabo, el nuevo pícaro ya no roba para comer, sino para veranear en el lago Como. Una tragedia como otra cualquiera.

Al paso que vamos, con tanta miseria circulando a nuestro alrededor, tendremos que resignarnos a creer aquello que escribía Ruiz Zafón: «Hay épocas y lugares en los que no ser nadie es más honorable que ser alguien».