La fase más letal de la corrupción

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

30 abr 2017 . Actualizado a las 10:37 h.

La corrupción es un cáncer. En eso estoy de acuerdo con mi querido vecino de página. Ese cáncer social, al igual que sucede con la cruel enfermedad, admite varios grados. En función de su menor o mayor gravedad, distinguiré tres estadios, pero ya anticipo que existen indicios preocupantes de que España se adentra en la tercera de esas fases: la más letal, la que corroe los cimientos del sistema.

Primera fase. Cuando el cáncer se detecta a tiempo y existe voluntad de superarlo, el porcentaje de curaciones aumenta. El tumor se extirpa y al corrupto se le encarcela. El sistema funciona. Como diría Rajoy, «el que la hace, la paga». El paciente recibe el alta médica y santas pascuas. Cierto que, durante el posoperatorio, deberá tomar precauciones, suprimir los malos hábitos y adoptar medidas profilácticas para evitar la recaída. Cierto también que sus oponentes señalarán con el dedo las cicatrices que deja la cirugía y las tildarán de estigmas, pero como nadie está libre de pecado, a ver quién es el majo de piel inmaculada e incorruptible que arroja la primera piedra.

Segunda fase. Si el diagnóstico es erróneo o no se aplica una terapia contundente, el cáncer deviene en metástasis. Las células cancerosas se propagan por el sistema linfático del país, se organizan en tramas para delinquir y finalmente invaden órganos vitales de la democracia: partidos políticos e instituciones públicas. El sistema se agrieta y amenaza ruina, pero aún existe alguna posibilidad de rehabilitación. Los tejidos y los partidos pueden regenerarse o refundarse. Y, en todo caso, la desaparición de un partido no significa necesariamente una revolución: la experiencia europea demuestra que el sistema puede sobrevivir a la amputación de un miembro gangrenado.

Tercera fase. La situación crítica se produce cuando los poderes del Estado forman parte de la trama como encubridores o cómplices. El policía o el fiscal que, en vez de perseguir al delincuente, lo ampara y lo protege. El sistema quizás sobreviva a la corrupción de los políticos, pero no a la corrupción de la política. Para esta no hay quimioterapia que valga. Alcanzado determinado nivel de degradación, ya no es posible eliminar la polilla que carcome el mueble. Solo cabe entonces cambiar la madera.

Maquiavelo, mucho más que el cínico amoral que dibuja el discurso dominante, sostenía que todas las instituciones se corrompen con el tiempo. La libertad se pierde, decía, por la corrupción de quienes deberían preservarla. Entonces se produce el crac y vuelta a empezar. ¿En qué punto de ese ciclo se encuentra España? Hay pruebas de que hemos rebasado ampliamente los dos primeros estadios. Y existen múltiples indicios de que nos asomamos al precipicio fatal. La utilización de la Fiscalía General del Estado para tapar los escándalos, meter en vereda a los fiscales y amordazar a los jueces me parece el más alarmante. «No se puede perseguir a los fiscales más que a los corruptos», dijo el destituido fiscal superior de Murcia. Esto no significa una prueba concluyente de la corrupción del Estado, pero sí un síntoma.