La garza, bienvenida

Juan J. Moralejo

OPINIÓN

El filólogo Juan J. Moralejo recordaba en La Voz su encuentro con esta ave, a la que no veía desde el agosto anteior, en el regato que de Vite baja al parque del Auditorio de Galicia

30 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Cerca de mi Dificultad, en el regato que de Vite baja al parque del Auditorio de Galicia, se me insinuó por el rabillo del ojo derecho un gris que me era familiar. Un gris que sobresalía entre la grey de parrulos como Agamenón soberano entre la grey de reyes a sus órdenes, o como el toro en la vacada, uséase, era un gris egregio y que, puesto en carne mortal y con bautizo responde por garza real, Ardea cinerea.

Me alegró el día la garza y, puestos a hacer Feminismo, Estética y Ecología y sin nada que temer ante la Justicia, preferí ver la garza que el Garzón. Pero me libré muy bien de frenar en seco porque hace unos dos meses frené para que unos parrulos cruzasen del estanque al regato y la moza que venía detrás no era tan parruloscópica como yo y, como decía aquel infausto y literalísimo atestado de Tráfico, me dio por detrás. Un golpe de esos que te descoloca las ideas en el disco duro y al llegar a clase ya no sabía bien si el malo era Eteocles o era Polinices y las alumnas tuvieron que recordarme que en la clase anterior era Polinices el que hacía de malo.

No frené, pero me volví al regato a ver a la del cuello airoso y ojos de pirada, a la que no veía desde agosto, empoleirada en O Couto da Pena sobre el Miño, atenta, como yo, a convertir los peces en pescados. Toda garza que se come una carpa badoca tiene mi agradecimiento eterno. Y a la garza entre parrulos del Auditorio la saludé empezando por celebrar su buen gusto de estar entre ellos y no entre la metralla espesa que llaman gaviotas y que acaparaba el estanque. Ese buen gusto también lo tienen las pegas rabilongas que sobre el tejado -¡es un decir, no tiene tejas!- de mi Dificultad toman el sol haciendo rancho aparte de esa metralla espesa de cientos y cientos de cagonas sin tasa y sin fin, que harán que se venga abajo el tejado, si antes no lo corroe el ácido cagónico que esa patulea produce fuera de toda corrección intestinal.

Y fuera de todo orden lógico, porque a estas desertoras de la costa y del jurel su pésimo gusto olfativo las ha traído a los vertederos urbanos, pero no al muy ecológico menester de carroñeras, es decir, de liquidar basura, sino que las ha traído a llenar los depósitos para emporcallar luego los buenos lugares a los que su buen gusto -¡hay que reconocérselo!- las trae a darse un baño y tomar el sol.

Tanto ellas como las palomas de las narices se están excediendo en la tasa de natalidad y en la porquería que generan, pero actúan con alevosía, es decir, cagan a destajo sabedoras de que nadie va a proponer medidas correctoras por miedos o pruritos de ecologismo de salón. Pero yo sí las propongo porque han dejado de ser animales normales, se han degradado a bichos, a parásitos urbanos. Podían haberse ascendido a animales domésticos y entrar en nómina, por ejemplo, las palomas para mensajería, las gaviotas para acercarse hasta Muros y traernos unas sardinas, pero se han quedado en vulgarísimas cagonas y hay que ir empezando a pedir recortes.