Muy poco crédito tienen los lamentos de la oposición por el acuerdo del PP con los nacionalistas vascos para aprobar los presupuestos. Lágrimas de cocodrilo. Los socialistas, con González y con Zapatero, hablaron y pactaron todo lo que necesitaron con el PNV y la extinta CiU. Tampoco llega virginal el PP a este entendimiento, que hay frases que quedan como marcas de fuego, como aquella de Aznar que, cuando necesitó seducir a Pujol, confesó que hablaba catalán en la intimidad. A estas alturas, y con la que le está cayendo a la familia del exhonorable, mejor no saber ya de qué hablaban.
Bien. Las alianzas con los nacionalistas vascos y catalanes no son nuevas. Ni siquiera es esencialmente malo que el Gobierno central busque el compromiso de esas fuerzas con las necesidades de un Estado común y, de paso, la moderación de sus aspiraciones. Pero, claro, el caso es que los discursos sobre la altura de miras que ha presidido las negociaciones vienen siempre acompañados de la factura. Las cifras del chantaje. Como mínimo, del agravio a los territorios que no disponen de marca propia con la que sacar tajada.
Rajoy ha repartido ya en poco más de un mes casi 10.000 millones de euros entre Cataluña, Canarias y el País Vasco. Primero, 4.200 millones en compromisos de inversión pública con la que trata de ganarse a la sociedad civil catalana para evitar que triunfen «aventuras empobrecedoras» y tal vez como un primer guiño para sumar votos catalanistas a sus presupuestos. Después, 1.700 millones para amarrar el respaldo de Coalición Canaria. Ahora, 4.300 millones para el solemne anuncio de apoyo del PNV. Ojo, el saco tiene fondo y Galicia, muchas inversiones pendientes.