Se aburre

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

21 may 2017 . Actualizado a las 10:06 h.

Aquellos domingos eternos en los que nunca pasaba nada eran necesarios. Un tiempo suspendido que podías tocar, minutos que transcurrían con la languidez de las horas, una textura que convertía el presente en algo imposible de acabar. Siempre rondaba por allí el aburrimiento, una amenaza constante que había que conjurar. La infancia es una batalla permanente contra la abulia, un destino que siempre acecha y que hay que aprender a evitar. De cómo libres esa contienda dependerá el adulto que serás. Dominar el tedio te prepara para la frustración. Los niños deben aburrirse, experimentar esa obligación de esperar y esperar y esperar sin que la acción esté garantizada. Parte de la niñez ha de transcurrir en el asiento de atrás de un coche con la ansiedad del «mamá, cuándo llegamos» bien embridada. Cuanto más te aburras de pequeña, menos lo harás de mayor. El cerebro se habrá entrenado para convertir en aventura hasta el silencio.

Trump debió de pasar toda su infancia entretenido. Sobre un grandísimo león de felpa. Por eso es así. Los cortesanos del rey Faruq temían sus ataques de cleptomanía -le ventiló un reloj a Churchill y una espada al sha- y en la Casa Blanca empieza a ser cuestión de Estado la propensión al aburrimiento del presidente. Donald tiende al tedio. Es un yonqui del estímulo inducido. ¡Que me entretengan! Pensó que la presidencia era una película de Bruce Willis y ahora tiene a sus asesores ajustándole el guion. Metiendo tramas a saco en el despacho oval. Como unos cotilleos a los rusos sobre el director del FBI. Porque en cuanto el bostezo le brota, Trump desconecta. Su déficit de atención está revolucionando el mundo. En la próxima cumbre de la OTAN los discursos no podrán durar más que un tuit. Para que Donald los siga. Y no se aburra.