Del proceso catalán al drama español

OPINIÓN

25 may 2017 . Actualizado a las 09:39 h.

Con perdón de los millones de sabios que hablan del proceso catalán, creo que el único paso lógico y entendible de esta mamarrachada nacional en que se ha convertido el procés es la Ley de Desconexión, que, haciendo suyo el principio formulado por Carl Schmitt -«el orden jurídico reposa sobre una decisión y no sobre una norma»-, determina el procedimiento que van a seguir para mandar al carajo la Constitución Española y fundar el nuevo orden jurídico catalán. Lo van a hacer -si me permiten el exabrupto- por cojones. Por los que ellos tienen y al Gobierno le faltan. Y si nadie se atreve a pararlos, ni a definir con precisión esta temeraria gilipollez de las autoridades del Estado en Cataluña, acabarán fundando su Estado de la misma manera que Hitler fundó su III Reich -¡por un acto de voluntad!-, y sin que la ciencia jurídica haya podido contradecir, porque Schmitt no era tonto, que todo el orden europeo nació así. 

Si el Gobierno se empeña en darle prioridad a la defensa de la Constitución sobre la defensa del Estado, y si todos los ensayos hechos por las autoridades catalanas para saber hasta dónde pueden chulear a los poderes del Estado, a los editorialistas, a los intelectuales y académicos y a las masas, siempre concluyen que este chuleo no tiene límites, es evidente que el golpe de Estado se lo está dando España contra sí misma, o el complejo de inferioridad contra la histórica evidencia del Estado, cuya inaudita tolerancia hace sonrojar a todos los ciudadanos que interiorizan que su casa común no está defendida por nadie, o que solo la defienden -¡mal, por supuesto!- los incapaces, los pusilánimes y acomplejados, y los nostálgicos del imperio.

Todo lo que se hizo y se dijo sobre Cataluña, desde que Zapatero puso a España a los pies del Estatut, constituye, en su conjunto, un enorme e irresponsable desvarío. Y lo único que es lógico -como colofón de los chalaneos, cobardías, oportunismos y complejos- es la Ley de Desconexión, cuya entrada en vigor puede convertirse en el jaque mate a un Estado que tendremos que llorar -como Boabdil a Granada- por no saber defenderlo. El artículo 155 de la Constitución, y sus medidas complementarias, deberían haberse aplicado hace dos años, cuando la corrección de las ilegalidades podría haber funcionado como una medida tan seria y expeditiva como normal. Ahora esta aplicación puede ser inútil, porque todas las líneas rojas del procés se rebasaron hace tiempo. Por eso debemos prepararnos para lo que viene. Porque si el Estado se divide, tendremos que felicitar, por la desconexión, a Mas y Puigdemont, padres de su patria común e indivisible, y juzgar por traición a los gobernantes que mutilaron la nuestra. Un proceso para el que no van a faltar fiscales voluntarios y audaces jueces estrella. Porque España solo tiene valor para suicidarse.