Por qué quise ser un yo pluricorporal

OPINIÓN

27 may 2017 . Actualizado a las 10:28 h.

Cuando camino por la acera todos creen que soy un señor de cuerpo entero, con un solo yo y una identidad indivisible. Y algo similar le pasa a España, que si se ve desde el extranjero, revestida de su historia, todos creen que es un país viejo, con un solo pueblo y un Estado común. Pero nada es lo que parece. Y, mientras España se dispone a conformarse como un Estado pluriestatal y una nación plurinacional, con ciudadanos pero sin pueblo, este que suscribe se ha declarado un yo pluricorpóreo, con capacidad para reconocer la autogestión soberana de cada parte de mi existencia. 

Mi cabeza, por ejemplo, es joven y ágil, mantiene su creatividad y acepta todos los retos. A mis pies, en cambio, les gusta más acelerar y frenar que caminar sanamente, y, lejos de apoyar los proyectos de la cabeza, tratan de llevarla al sillón para que descanse. Lo mismo sucede con mis manos, que creen que los ejercicios de piano constituyen un intercambio fiscal deficitario, y que si la cabeza quiere satisfacción estética debería obtenerla en el mercado.

Los ojos se cansan, la espalda se contractura, el estómago no concuerda con la boca, e incluso hay distancias entre querer y poder que no deben mencionarse. Y para poner solución a este caos, como politólogo que soy, me he declarado un yo pluricorporal, y he abierto negociaciones paritarias entre la cabeza y cada parte de mi cuerpo para que cada cual se describa y realice a su leal entender. No negaré que en esta desmembración del yo he perdido coherencia, creatividad y sentido. Pero a cambio tengo justificaciones para no caminar, para comer lo que me gusta, para abandonar ciertas habilidades y para externalizar placeres y sentimientos. En realidad sé que tengo un solo cuerpo y un único Estado anímico, y que, al constituirme en una disfuncional multicorporalidad, me he devaluado mucho. Pero a cambio reparto mi felicidad en taifas y hemisferios a la medida de mis instintos.

Y a esta misma solución aspira Pedro Sánchez para su nación española, indivisiblemente plurinacional, que, sin más ventaja que la autonomía de cada territorio para interpretarse a su gusto, pierde todas las potencialidades de nuestro ser histórico, para convertirnos en un país débil y sin atractivo, que a nadie le interesa y que a ninguna meta puede aspirar. Claro que, frente a la pobre España, que está descabezada y a merced de sus instintos, yo vivo con María, que ya me dejó claro que en la calle puedo ser lo que quiera, pero que en casa solo admite al exseminarista, compuesto de alma y cuerpo, que sigue al pie de la letra la constitución que hemos jurado en la iglesia de Armenteira. Por eso sigo viviendo, bajo su serena autoridad, como un hombre de cuerpo entero, al que ni siquiera la muerte le va legitimar su andazo transitorio de pluricorporalidad multisoberana. ¡Vaya carallada!