La vaca Margarita

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

27 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

No existe en la nomenclatura vacuna. Es una vaca anónima, clandestina, innominada. No tiene código vital, no existe aunque su ADN sea el de una vaca de lidia expulsada de su paraíso de dehesa con encinas y bellotas, una ternerilla como objeto de regalo, una vaca sin papeles, sin crotal en la oreja. Vive en Cataluña, donde se prohibió la tauromaquia hace años, y ella, vaca de lidia de cuatro años, está condenada a ser sacrificada por no existir. Vaca pacifista, sus cuernos han crecido al revés, están enfrentados en su testuz; acaso en nuestro país, que un día tuvo un millón de vacas perfectamente censadas, podría pasar desapercibida con su aire gallardo de animal mostrenco, pasando de incógnito entre la república vacuna que es santo y seña de una cierta cultura gallega. 

Pero está y vive en Cataluña donde el animal totémico, el símbolo del país es un pequeño burro peludo del que se sienten orgullosos los catalanes que lo exhiben en pegatinas identitarias en sus vehículos. Es el genuino asno soberanista.

La vaca Margarita o, mejor dicho, Margarida, no es, como en la vieja canción, una vaca cualquiera, no da leche merengada aunque es una vaca muy salada que por iniciativa ciudadana va a ser salvada de ir al matadero si se escuchan y validan las ciento sesenta y siete mil firmas que las asociaciones animalistas han conseguido para indultar al animal, evitando su sacrificio.

La joven res ha sido trasladada o secuestrada, según se mire, de su apacible vida en una finca, hasta un denominado santuario de animales Hogar Provegan de Tarragona, donde la protegen sus valedores. Siempre me pareció confuso denominar santuario a un refugio de animales, pero deben ser cosas de la polisemia que mi imaginación, como le sucedió al Polonio de Hamlet, difícilmente lo puede entender.

En nuestra cabaña nacional gallega, de nuestras adoradas vacas de raza rubia, de las bien aclimatadas vacas holandesas que hicieron de Galicia su segunda patria, de los toros hereford, rudos y obstinados, de bueyes apacibles y platónicos, de sementales heroicos, de ferias populares de ganados, de mercados campesinos como As San Lucas o Monterroso, de ganadería extensiva o intensiva, de la cultura de la carne y de la leche, los gallegos nos hemos doctorado hace tiempo. No llevamos a refugio alguno a las vacas que no pueden aportar su partida de nacimiento aunque las queremos de idéntica manera que los inquietos animalistas. Son nuestro patrimonio más atávico.

En la mirada socialdemócrata de nuestras vacas autóctonas reside parte de nuestra identidad, y ellas mismas no entienden muy bien a que viene tanto revuelo. Deben de ser cosas de la modernidad. A ver qué pasa con Margarita.