El despatarre

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

11 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Conviven las tiernas ocurrencias de semáforos con parejas gais, de performances de paz y amor con velitas, de conciertos solidarios, de galletas de mantequilla, de policías sin porra y de gente guay, con la realidad subterránea de superhéroes sin capa ni máscara que solo llevan un monopatín cargado de imperativos morales que les hace ser capaces de defender la ciudad, aún a costa de que una cimitarra sarracena los parta en dos. 

Esa es la gloria de los héroes actuales: cumplir el deber que les dicta una moral en medio de este decorado de Walt Disney. Fuera de la pantalla el mundo no es un parque temático, es una pena, pero es así. Podemos intentar dulcificarlo, apaciguarlo, soñar con cambiarlo pero... los que van a ver ese cambio aún no son siquiera partículas elementales en la evolución de ese nuevo genoma. Civilizar al ser humano no es fácil, requiere de una educación sólida tanto física como moral. Es lo que llevan intentando conseguir la religión, las ideologías y la filosofía desde tiempo inmemorial.

Lo mucho o poco logrado en ese afán de civilizarnos se está yendo al carajo porque todo eso ya no importa un carajo, lo único sólido es el fanatismo, se están perdiendo los referentes universales a mucha más velocidad que se derrite el Ártico.

Una desorientación que hace que choquemos unos con otros y esto sea un sindiós planetario. Dentro de esta agonía de la civilización aparece la última ocurrencia: «Prohibido despatarrarse».

Una perversión machista más para la liga feminista de mujeres en lucha y el ala blanda de la CUP, que pretenden arreglar los cimientos de la casa decorando la habitación. !A mí que me registren! pero no creo que el delito del despatarre sea hoy una cuestión machista, más bien siento esa brisa igualitaria indiscriminada que nos va a llevar a ser todos iguales sí, pero todos hombres, que es lo peor. Despatarrase, comer con la boca abierta, sorber la sopa, hablar a voces o rascarse el quelque chose, no es cuestión de machismo invasivo, es cuestión de educación y civilidad y eso no se castiga, se aprende. ¿Pero dónde? Durante el siglo XIX y XX se popularizaron los manuales que enseñaban esas cosas, uno de los más consultados era el Manual de urbanidad y buenas maneras de Manuel Carreño.

Señalaba al respecto: «Al sentarnos, hagámoslo con suavidad, de modo que no caigamos de golpe sobre el asiento; y después que estemos sentados, conservemos una actitud natural, sin echar jamás los brazos por detrás del respaldo del asiento ni reclinar en él la cabeza, y sin despatarrar las piernas ni recogerlas demasiado».

Sería más eficaz regalar un Carreño actualizado que prohibir la mala educación.