En Larache, junto a Genet

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

11 jun 2017 . Actualizado a las 09:35 h.

En la tierra del cementerio civil de Larache descansa Juan Goytisolo, junto a su amigo y referencia Jean Genet. Hay escritores sólidos, líquidos y hasta gaseosos. Juan Goytisolo era sólido. Firme. Disidente. Su hogar era el exilio. Distinto. Exquisito. Raro. Tímido patológico. Novelista. Reportero de guerra en Sarajevo, de la mano poderosa de Susan Sontag. Ensayista. Memorialista. Brújula imantada contra el poder. Ave solitaria. Vivía en Marrakech contando cigüeñas. Era un puente entre Oriente y Occidente. Un puente que la muerte ha dinamitado justo cuando más lo precisábamos cruzar para entender algo. El mundo está cegado. Es una ciénaga. Y nos hacen falta luminarias como Juan Goytisolo. Tres hermanos. Los tres perdieron a la madre en los bombardeos de Barcelona. Tres escritores que siempre cruzaron fronteras. Lo hizo José Agustín con sus poemas, ese «hit» Palabras para Julia inolvidable, pero también ese Litio brutal sobre la depresión y las horas quemadas. Cara y cruz de un corazón que doblaba por la vida y por la muerte. Lo hace Luis con sus novelas de arte mayor, filigranas que coquetearon con el Nobel. 

Y lo hacía Juan con su orquesta de géneros, con su castellano pulido en la fragua de la inteligencia. No era de jactarse, pero sí disfrutaba subrayar que era el primer escritor español que hablaba árabe desde el Arcipreste de Hita. Para resucitar a un autor, solo hay que abrir sus libros. Vayan a Coto vedado, lienzo de sí mismo, y lean la honestidad: «Me sentía desnudo, inerme, vulnerable, expuesto sin razón ni culpa a la reprobación y el escarnio». Intelectual de palabra, tan necesario en estos tiempos en los que padecemos un ejército de sonámbulos. Juan sin tierra, sin tapujos ni trampantojos. Heterodoxo, hemos perdido una coordenada. Como le dijo a mi compañera María Jesús Fuente en Galicia: «No sé ni abrir un paraguas, solo valgo para escribir». Y cómo valía lo que escribía. Se va el ancla. Queda la tormenta. Costará caminar sobre este desierto de cenizas del mundo de hoy.