Matar al padre

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

02 jul 2017 . Actualizado a las 09:17 h.

Nadie ha ejecutado a un padre de forma tan innecesaria como la escritora Harper Lee. De su cabeza había brotado el progenitor total, aquel Atticus Finch en el que todo parecía sublime, incluida la belleza refinada que le aportó Gregory Peck en la versión cinematográfica de Matar a un ruiseñor. Paradigma del respeto al diferente, de la dignidad y el sentido de la justicia, aquel superpadre definido como personaje en 1960 decía cosas como: «Uno no comprende realmente a una persona hasta que no se mete dentro de su piel y camina dentro de ella». Con este abogado sureño fabulamos durante décadas hasta que una revisión sospechosa del personaje publicada por Harper Lee en el 2015 nos entregó a un padre nuevo, intolerante y con disposiciones racistas, un verdadero sacrificio freudiano de todo aquel caudal paternal que Atticus había esparcido por Occidente durante tantos años. 

Liquidado de forma tan bestial el padre de Scout (la hija que regresa a Maycomb en la controvertida Ve y pon un centinela), deberíamos haber estado preparados para todas las matanzas de padres que estaban por venir. Una histórica tenía lugar estos días en Madrid, en el Congreso, en el corazón de una institución organizada precisamente en torno al hecho de ser hijo, aunque sea un hijo muy concreto: el mayor y no el pequeño, el hombre y no la mujer, el Borbón y no el Rodríguez. La monarquía se sustenta en algo cruel y es que el progreso del hijo depende de la muerte del padre y aunque aquí se ha optado por un disimulo institucional que ha provocado la rareza de convivir con dos reyes (y con dos papas), en la práctica un rey solo existe si no tiene padre. La ausencia de Juan Carlos I demuestra que para los monarcas vigentes el anterior es un cadáver institucional y nada mejor que expresarlo cuando se cumplen 40 años del fin de la dictadura, a la que increíblemente por vez primera un rey, este rey, llamó por su nombre. Fue el miércoles.