La teoría de la relatividad es también relativísima

francisco camba HEMEROTECA

OPINIÓN

09 jul 2017 . Actualizado a las 15:22 h.

Decía alguien recientemente que si el profesor Einstein continuaba algún tiempo entre nosotros se iba a llevar el más grande susto de su vida. Una tarde cualquiera el profesor Einstein entraría en un café a tomar su aperitivo. Y en el acto, el vecino de mesa, conociéndole por sus melenas de violinista, se levantaría para decirle:

-Usted es el profesor Einstein ¿verdad? Pues yo, que soy sencillamente un maestro albañil, no estoy conforme con su teoría. Y la discuto con usted y con su padre.

No ha sido en un café, sino en el Ateneo, y no ha sido un maestro albañil, sino el ingeniero señor Bentabol. Pero el susto, al profesor Einstein, se le ha dado lo mismo. Para el profesor Einstein la diferencia de cultura entre un ingeniero y un albañil no debe de ser grande. Al decir que no todo el mundo podría entender sus conferencias, añadió estas palabras terribles:

-Para darse idea de la marcha, para no oírme como si hablase en chino, ya hace falta alguna cultura matemática. Por lo menos, la de los ingenieros.

Pues uno de estos ingenieros cuya cultura matemática apenas sí sirve, según Einstein, para saber de qué habla, acaba de levantarse en el Ateneo a refutar completamente su teoría. Es la primera vez que a Einstein le ocurre una cosa así. En Francia, el señor Painlevé le opuso algunas objeciones; pero después de oírle se declaró completamente convencido. En España, el señor Bentabol tal vez estuviese conforme con Einstein mientras leía sus obras. Pero, al oírle, ya fue otra cosa.

-¿Por qué -debió decirse el señor Bentabol- voy yo a estar de acuerdo con este señor que, después da todo, es un hombre como otro cualquiera?

Y sin darle tiempo a Einstein para salir de España, subió a la tribuna del Ateneo para anunciar al mundo que disiente de la nueva doctrina. ¡La nueva doctrina! Ni esto dejó en pie siquiera. «Lo de la relatividad -decía el señor Bentabol- es una cosa viejísima. Poned al alcance de un niño dos pasteles, uno pequeño y otro grande. ¿A que no coge el pequeño? Poned, delante de una gallina y a distintas distancias, dos granos de maíz. ¿A que no coge el de más cerca? La relatividad está al alcance do todos los seres. «Esa teoría es falsa -prosiguió el señor Bentabol- porque se funda en la hipótesis gratuita de sustituir la cosa misma, el hecho, por los resultados de la observación. Es la misma teoría kantiana, que sustituye el hecho a la apariencia»...

Y aquí debo yo recordar al profesor Einstein que el señor Bentabol discutía con Kant hace ya muchos años. El señor Bentabol llegaba a la biblioteca del Ateneo, pedía un libro de Kant y al poco tiempo comenzaban a oírse unas voces terribles.

-¡Qué atrocidad! No estoy conforme, señor Kant, no! ¡De ninguna manera! ¡Cuánto daría por tenerlo a usted delante para convencerle de que esto es una tontería!

Kant se murió sin haberse visto nunca delante del señor Einstein, pero Einstein vino a España y el señor Bentabol no podía desaprovechar esta ocasión precisa.

-El no percibir un fenómeno, un hecho -decía el señor Bentabol como si hablase con Einstein-, no autoriza a nadie a negar su realidad. ¡Estaría bien que al afirmar una persona que padecía dolor de muelas, opusiese yo que la dolencia no existía fundándome en que el dolor no era percibido por mí! En la teoría de la relatividad todo son observaciones inconexas. Pero esto sorprende al vulgo y lo enamora porque el contrabando se hace bajo el pabellón del formulismo matemático.

Ya lo oye usted, profesor Einstein. Y no vaya a quedarse tranquilo, creyendo que se trata de una opinión aislada y sin importancia alguna. España entera, aun cuando usted haya creído otra cosa, está en el fondo conforme con el señor Bentabol. Toda España, profesor Einstein, incluso la España oficial. Usted venía de recorrer triunfalmente el extranjero. A usted se le había agasajado enormemente en todas partes y no era cosa de dejarle pasar por España como un ser insignificante. Por eso se le agasajó también, por eso se ha hecho usted entre nosotros tan popular en unos días. ¡Pero de ahí a que le admiremos! ¿Qué es usted ante todo, profesor Einstein? Un matemático, ¿verdad? Pues el día en que usted daba en Madrid su última conferencia, la Gaceta, nuestro diario oficial, publicaba una disposición de Instrucción Pública por la que se concede una plaza en el Instituto de Anormales a un niño segoviano de ocho años de edad, «con atención -dice la Gaceta- a las facultades prodigiosas de que, para el cultivo de las matemáticas, aparece dotado».