Josu Erkoreka dice la dura verdad

OPINIÓN

José Ramón Gómez| EFE

20 jul 2017 . Actualizado a las 08:33 h.

Hablando de la «paz fiscal» -definición injusta e inoportuna donde las haya- firmada entre la Hacienda del Estado y la Hacienda Vasca, Josu Erkoreka, que participó del acuerdo firmado por Pedro Azpiazu y Cristóbal Montoro, hizo el mejor diagnostico que existe sobre la actualidad política española. Porque, lejos de interpretar con sentido de Estado y mentalidad democrática los acuerdos presupuestarios alcanzados por PP y PNV, vino a decir de forma descarnada que la gobernación de España, y el justo equilibrio de los acuerdos, le importan un bledo, y que lo que de verdad está haciendo el nacionalismo vasco es aprovechar la extrema debilidad del Gobierno para chantajearlo, aumentar el privilegio fiscal en que ha devenido el sistema de cupo, y poner las bases para un futuro pacto bilateral -sin líneas rojas- entre Euskadi y España.

Lo malo es que los restantes partidos -cada cual con sus medios, su ideología y sus circunstancias- están haciendo lo mismo que el PNV: primar el desgaste de Rajoy sobre el deber de gobernar; utilizar las instituciones parlamentarias para agrandar los escándalos sin darle solución a ninguno; impedir que entren en la agenda política -¡no vaya a ser que se arreglen!- los problemas estructurales más urgentes (pensiones, educación, política fiscal, plan hidrológico, y un largo etcétera), y usar el gravísimo y enloquecido conflicto catalán para meter a Rajoy, a costa de España entera, en un callejón sin salida. A eso se dedica con especial ahínco el PSOE, que en su obsesión por demostrar que Rajoy carece de iniciativa política y de imaginación constituyente, trabaja simultáneamente sus dos estrategias más traidoras: hacerle concesiones retóricas al nacionalismo, para que no se quede encerrado y bloqueado en sus propios delirios; y deslegitimar el único recurso constitucional que existe -el artículo 155 de la Constitución- para frenar en seco, mediante la pura y simple reposición del orden constitucional y jurídico vigente, el separatismo institucionalizado.

Por si algo faltaba, también el PP aporta su granito de arena a este dislate colectivo, al haber asumido como dogma indiscutible que la prolongación agónica del Gobierno actual, por ser el único posible, se ha convertido en la prioridad absoluta de la política española, a cuyo éxito cabe supeditar la política presupuestaria, el equilibrio territorial y la misma idea de una España unida, coherente y solidaria que se dice querer salvar.

El resultado final es que España está desgobernada en la doble perspectiva de Gobierno y oposición, y que, para demostrar que la catástrofe final es inevitable, tenemos varios partidos trabajando la peregrina idea de que, dado que este hermoso país no existe, ni tiene historia, solo los disgregadores e insolidarios lo pueden gobernar. Y mucha gente -¡vaya por Dios!- se lo está creyendo.