Memorias: el tremebundo soneto

Ánxel Fole

OPINIÓN

31 jul 2017 . Actualizado a las 19:45 h.

Sepan mis estimadísimos lectores que una editorial de fama me hizo el encargo de escribir un libro de memorias. Así que ya soy memorable, literalmente. Y resulta que no sé por dónde empezar; así, literalmente. Pero por algo se empieza. Y resulta que ya lo estoy escribiendo... Aquí, en la villa de Baralla, a treinta kilómetros de Lugo. Son las once de la mañana y se anuncia un buen día de sol, después de una noche de helada casi mortífera... Canta un gallo, un gallito, con un kikirikí inverosímilmente agudo. Tiene que ser un gallito muy joven, apenas salido del cascarón. Comienzan a agolpárseme los recuerdos en la memoria, como si los fabricase la máquina de escribir con su tecleteo... Aquella mañana de mi adolescencia también había una mañana así. Una vez más tendremos que decir que Lugo es tan frío como Baralla.

¿Conformes? Pues aquella mañana del año diecinueve o veinte yo leí el tremebundo soneto. Lo había dejado en casa un amigo mayor de mi hermano Desiderio. Un amigo y compañero del vaseo por las tabernas. Yo regresaba de las clases de Latín, con los libros debajo del brazo. El soneto estaba impreso en una postal de colores, que traía el retrato del comunista Trotski. La postal estaba tocando una de aquellas pesadísimas escribanías de bronce de antaño, que representaba un barco de dos chimeneas. Las chimeneas eran el tintero y el depósito de los polvos de secar. El humo de las chimeneas también era de bronce; es decir, sólido. Las tapaderas de los respectivos recipientes.

Y me puse a leer el poema. Era un soneto en versos alejandrinos. Parecía que olía a pólvora y que cichaba sangre por todas las letras.

No olvidaría aquel soneto en toda mi vida. Helo aquí:

«Tiemblen en sus alcázares los tiranos del mundo. / La humanidad doliente, pálida de llorar, en un ronco gemido, pavoroso y profundo, / se desborda rebelde como un trágico mar. / El ejemplo de Rusia, valeroso y rotundo, / despertó las conciencias del sopor secular, / y, clamando venganza contra el agro infecundo, / se levantan los pueblos a morir o triunfar. / Tiemblen nuestros tiranos ante la luz que ciega, / tiemblen ante la púrpura del peligro que llega, / tiemblen ante la cólera del pueblo vengador... / No habrá para el verdugo piedad en nuestros pechos... / Sucumbirán los déspotas y rodarán deshechos / los tronos en la gloria del fuego redentor».

«... El ejemplo de Rusia, valeroso y rotundo, despertó las conciencias del sopor secular...». El ejemplo de Rusia y el sopor secular... Aquellas dos frases formaron en mí conciencia histórica para siempre... Estábamos a diciembre del año diecinueve... El pasado mes de octubre se habían cumplido dos años de la revolución comunista en Rusia, del asalto al poder por los comunistas o bolcheviques. Casi coincidiendo con la huelga general revolucionaria en España en el estío de aquel año del diecisiete. Tuve la vaga impresión, más bien la creencia, de que aquellas fechas serían un hito en mi vida y en la historia del mundo.

¿Y aquel Trotski del retrato de la postal...? Pues era un caudillo bolchevique. De gafas y con cara fea... Recordaba haber leído que había estado en España unos años antes, nada menos que en Madrid y en la cárcel Modelo. Era un bolchevique. En Lugo a los bolcheviques se les llamaba más bien «bolchevistas» o «bolcheviquistas».

Hice un esfuerzo por recordar algunas lecturas recientes de diarios y revistas. Quizás fuese amigo de aquel Lenin de la calva, o de aquel Bujarin, o de aquel Kamenev del gorro de piel.

Tal vez aquellos bolcheviques del asalto al Palacio de Invierno en Petrogrado fuesen amigos de Julián Besteiro, Largo Caballero o Andrés Saborit, miembros del Comité Revolucionario de la huelga general del diecisiete. Vaya usted a saber...

En diciembre de 1920 falleció en Madrid Benito Pérez Galdós. Una gran multitud de gentes de todas las clases sociales asistió a su sepelio. Pérez Galdós era una gran figura nacional. Los periódicos equiparaban su personalidad con la de Balzac y la de Tolstói... Lugo contaba con un nuevo Campo de Feria y con la nueva plaza de Santa María. Todo el mundo hablaba del alcalde don Ángel López y del asesinato del dueño de un puesto en el Rastro de Madrid, llamado El Federal. Se decía que sus asesinos habían sido vistos en nuestra capital. En toda la ciudad se cantaba mucho el cuplé El gitanillo.

El día de Reyes de dicho año del veinte me regalaron una pluma estilográfica con su estuche. Era la primera que usaba en mi vida. Lo primero que se me ocurrió fue copiar con ella el tremebundo soneto revolucionario. Lo copié en un pliego de papel de barba, el cual guardé en una carpeta. Pero perdí la carpeta... Era igual: me había quedado en la memoria.

Así que pude recitar sin vacilación el referido soneto, muchos años después en el curso de una charla nada menos que en el salón de sesiones del Ayuntamiento de Lugo...

Por aquel tan lejano mes de enero del año veinte, los chiquillos todavía jugaban a las forcas en Lugo...

-¡Tramposo!... ¡Douche unha torta que te esmago!