El aerógrafo

Tamara Montero
Tamara Montero CUATRO VERDADES

OPINIÓN

26 jul 2017 . Actualizado a las 08:43 h.

Una gota de sudor frío que resbala por la espalda. Un latido en las sienes. Una opresión en el pecho. Un ligero temblor de manos. Y el recuerdo. Tenías 12 años. Y estás otra vez en aquella clase de informática veraniega. Y sientes el calor en aquella sala casi sin ventilación. Y el ruido de aquellas enormes máquinas que ya amarilleaban. Vuelves entrecerrar los ojos tras llevar media hora con la vista fija en el brillo infernal de aquellas mastodónticas pantallas. Y regresas a los rudimentos de los paquetes ofimáticos. A escribir un pequeño texto y luego poner negrita, y subrayarlo, y maravillarse con que la sangría no solo sea la bebida por la que se vuelven locos los turistas. Y se asoma una sonrisa tierna cuando recuerdas aquellos diez minutos de descanso en los que abrías el buscaminas o el solitario. El colmo de la innovación. La cúspide tecnológica. Hasta que un día, pinchabas con aquel ratón que se deslizaba lo justo -eso es que tiene pelusa en la bola- en el pincel y la paleta. Habías entrado en una dimensión nueva. La que te permitía hacer pintadas con un aerógrafo sin consecuencias. Y eras el Banksy de las ondas cibernéticas. Y allí estaba, sobre la pantalla, tu primera acción poética. Una frase sencilla. Una bobada. Pero a ti te parecía todo una proeza. Fue solo un segundo, pero a muchos casi nos estalla la cabeza. Esto no se hace. No nos puede amenazar con jubilar Paint. Sería una torpeza.