Soy tú

Javier Cudeiro Mazaira LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

JAVIER YAYA TUR. C.A.C.S.A.

27 jul 2017 . Actualizado a las 09:36 h.

En el imaginario colectivo de la ciencia ficción, siempre ha estado la telepatía. Recuerdo, divertido, como siendo niño y con la cara muy fruncida me sentaba delante de mi primo, lo miraba tan fijamente que me dolía la cabeza e intentaba adivinar sus pensamientos. No di ni una, pero la idea estaba clara: quiero entender lo que sientes. Mi error entonces era que todavía no conocía el camino. Como casi siempre, estaba escrito en las neuronas, concretamente en las neuronas espejo, unas células del cerebro que se activan no solo cuando un individuo realiza una acción, sino también cuando observa a alguien hacer lo mismo. Este hecho ha alterado radicalmente nuestra forma de pensar sobre cómo funcionan nuestros cerebros y sobre nosotros mismos, particularmente sobre nuestros yoes sociales.

Veámoslo con un ejemplo. Época de estío, está en la playa y ve a un desconocido que al caminar se clava un cristal en el pie. Inmediatamente se estremece y sufre por él (¡al menos un poco!) porque entiende todo lo que ocurre; es lo que llamamos empatía, ponerse en el lugar del otro. Y resulta bastante irónico que en el momento de máxima vigencia de las redes sociales, cuando unos viven más allá que acá, y parece que el contacto próximo (y cálido) esté obsoleto, es posible que estemos descubriendo que en la escala más próxima del espacio en que vivimos y allá a donde vayamos, no es necesario un smartphone para relacionarnos porque ya estamos unidos por una red neuronal que, además, ¡viene de serie!

Antes del descubrimiento de las neuronas espejo, los científicos generalmente creían que el cerebro usa la lógica para interpretar y predecir las acciones de otras personas. Ahora, sin embargo, muchos han llegado a creer que entendemos a otros no por pensar, sino por sentir. Las neuronas espejo parece que nos permiten simular no solo las acciones de otras personas, sino las intenciones y las emociones detrás de esas acciones. Claro que estas ideas pueden dar giros inesperados y se ha sugerido la posibilidad de que el funcionamiento de estas células pudiera estar relacionado con los fenómenos de excitación sexual al observar escenas con alta carga erótica y, en última instancia, explicar por qué la pornografía es tan atractiva. Simplemente no es más que otra manifestación de la empatía donde, realmente, nos ponemos en el lugar de los demás.

Si estás pícaras neuronas son la base de la comunicación, todavía no se ha determinado con claridad. Pero la investigación sobre este intrincado sistema neural está proporcionando una nueva y fascinante visión de los mecanismos mediante los cuales adquirimos las habilidades sociales y comunicamos nuestros sentimientos e intenciones más profundas a los otros. Lamentablemente el sistema -o el uso que hacemos de él- tiene fallos clamorosos. ¿De qué otra forma, sino, se puede explicar la indiferencia con que observamos las tragedias diarias? ¿En dónde está esa empatía neuronal cuando miramos a la cara de los refugiados? Parece que por esta zona del mundo, nuestros espejos están empañados y, en este caso, antes de la ciencia siempre deberíamos darnos un baño de poesía y recordar las palabras de Machado: «Mas busca en tu espejo al otro, al otro que va contigo».